Debería ser inaceptable dentro de una sociedad coexistir con el flagelo de la corrupción. En Colombia pareciera que esta práctica indefendible hace parte del listado de características de nuestra cultura y no porque todos seamos corruptos, sino porque quienes no lo somos simplemente constatamos que existe y somos indiferentes ante ella, un flagelo con el que de alguna forma hemos aprendido a convivir.
El daño que la corrupción le hace a nuestra sociedad y a los ciudadanos no sólo es inconmensurable sino deplorable y en algunos casos inhumano como lo hemos visto hace poco en el caso de la alimentación escolar.
Hace falta mucha educación en valores y en cívica, que se nos enseñe a pensar que todos hacemos parte de un mismo entramado social donde nos corresponde una gran responsabilidad individual y colectiva en la búsqueda de la equidad y la
transparencia, componentes fundamentales del bien.
Se hace necesario mejorar la formación de quienes van a administrar las entidades públicas, propiciar una conciencia moral en quienes manejan los recursos del Estado -que son de todos y son sagrados- y buscar la eficacia y la efectividad de las inversiones oficiales en lo que es verdaderamente prioritario.
La lucha contra la ilegalidad en Colombia debe ser un propósito de todos los que aspiren a un liderazgo público o privado, de todos los que tengan influencia sobre alguna gestión institucional y de todos los que de alguna orilla se puedan ver inmersos en un soborno u otra práctica ilegítima que transgreda el interés público.
Podría decirse que la corrupción es el común denominador de muchos de los males que nos ha costado superar como nación incluido el del abuso del poder cuando se convierte en herramienta para conseguir ventajas personales y obtener privilegios. La falta de compromiso con el bienestar general de la comunidad es inmoral y sinvergüenza: no sólo genera incertidumbre en las reglas del juego e ineficiencia en la ejecución de algunas agendas de país sino que nos condena a postergar las metas de desarrollo económico con justicia social.
La crisis institucional que hoy afrontamos y la apatía que se siente por la política obedecen a la desconfianza que ésta genera en razón de los comportamientos de algunos cuyos resortes morales parecieran reventados según se evidencia
cada día a través de los medios de comunicación.
Se impone un llamado a la ética pública y privada, que son dos aristas de un único concepto : la ética cívica. A cada ciudadano, a cada líder empresarial y a cada autoridad
pública les corresponde el imperativo moral de contribuir a la construcción de una cultura ética de responsabilidad social y solidaridad.
Paula Botero
Consultora en Comunicaciones
paula botero
La legalidad: un propósito de todos
Se impone un llamado a la ética pública y privada, que son dos aristas de un único concepto: la ética cívica.
POR:
Otros Columnistas
-
guardar
save_article.message.success_title save_article.message.successsave_article.message.success_updated_title save_article.message.success_updatedHa ocurrido un error al intentar guardar este artículo
- Reportar error
- Seguir economía
Lo más leído
Destacados
Más Portales
Nuestros columnistas
día a día
Lunes
martes
Miércoles
jueves
viernes
Camilo Sánchez
Inconveniente humo constituyente
Nuestra responsabilidad histórica está en evitar que cantos de sirena sigan dividiendo al país.
María Sol Navia V.
¿Ha logrado la mujer superar barreras?
Otros Columnistas
Importancia del agua en agenda empresarial
Gonzalo Gallo González
Shoganai - Gamán
Rafael Herz
Liviandad y crueldad
Camilo Herrera Mora
Fundador de Raddar
Críticos
Victor Muñoz
Emprendedor, investigador, analista
Rumbo al Armagedón en el 2026
Rodrigo Villamizar
Director Electra CDP
Colisión de tarifas e importación de gas: una bola de nieve social
La gente demanda es que bajen los precios de la electricidad que consumen.
Ricardo Santamaría
Analista
Hay María Corina para rato
La historia de estas elecciones en Venezuela es que quizás nunca lleguen a realizarse.
Cristina Vélez
Decana Escuela de Administración, Universidad Eafit