Con seguridad, por mucho tiempo los colombianos estaremos hablando del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, que, como acto legislativo, prácticamente ya ha sido aprobado en el Congreso de la República.
Por eso, aprovecho este espacio para referirme al tema, no desde lo técnico o lo jurídico, sino desde la narrativa ciudadana como aspecto absolutamente necesario, si queremos construir la paz. En un momento como el actual, la narrativa solo de los victimarios produciría un desbalance inoportuno para el espíritu de reconciliación y la no repetición, que debe ser, en suma, el objetivo superior de todo el proceso.
No es para la venganza, es para la reconciliación que la verdad es indispensable, y por eso, pensando en cuántos lectores no tendrán historias directas o indirectas, relacionadas con nuestro pasado más reciente, quiero compartir tres situaciones personales, con el ánimo de aportar a tan necesaria narrativa.
Como directivo de la Universidad de Antioquia (vicerrector general, 1986- 1987 y rector, 1992- 1994), afronté enormes retos no académicos, fruto de la degradación del conflicto. Bajo el principio de la defensa de la universidad pública como patrimonio de la sociedad, valió la pena asumirlos. La alma mater ha vuelto a tener un imaginario positivo en los antioqueños, y el esfuerzo continuado de muchos más rectores para ello, también valió la pena.
Pero tuve momentos muy tristes. Destaco dos que aún no supero emocionalmente: la desaparición forzada de un líder estudiantil y el asesinato de uno de los vicerrectores. Ambos de orillas ideológicas distintas, pero demócratas. Un atentado a la pluralidad que debería ser constante de la vida social y mucho más de la universitaria.
Sobre la desaparición del estudiante, me agobia el recuerdo de la presencia, prácticamente semanal, de su afligida madre preguntando qué sabíamos, con la esperanza de volver a tener a su hijo. Dolor inmenso en ella y tristeza profunda en mí por la incapacidad de tener una respuesta en un asunto que no controlaba. Pero ella esperaba todo de quien era ‘su rector’. No esperaba nada de la justicia. ¡Tamaño reto!
La muerte del vicerrector ocurrió por fuera de la Universidad, cerca del directorio político al que pertenecía. Las preguntas por qué y quiénes, aún las llevo conmigo. Era un académico íntegro y respetable. Con su familia también me conmoví por mi incapacidad ante su dolor.
Unos años después, siendo director de Corpoica, el Eln secuestró a uno de los directores de nuestra Red de Centros de Investigación. Profesional de origen humilde, que gracias a la educación había construido un mejor futuro. A su familia y a Corpoica se les exigía pagar por el rescate, pero ni una ni otra estábamos en capacidad de hacerlo. Y además no lo queríamos. ¡Tamaño conflicto!
Gracias a la intervención de la Iglesia, pudimos lograr ‘un arreglo’, pensando en el valor supremo de la vida del funcionario. Como un Robin Hood cínico, el grupo exigió que donáramos a una de las escuelas de su área de influencia, libros, medicinas, etc. En un acto de solidaridad, todo los empleados hicimos tal esfuerzo pensando en nuestro compañero. Muchos con una profunda tristeza moral al sentirnos de todos modos extorsionados.
Los actos referidos se inscriben en la gran verdad del conflicto en Colombia: la gran víctima ha sido la sociedad entera. Muchos de ellos no combatientes, y por eso espero tener algunas columnas sobre las características que debe tener el sistema creado, para que la reconciliación sea posible.
Rafael Aubad L.
Presidente Proantioquia
columnista
Narrativa ciudadana por la paz
Los actos referidos aquí, se inscriben en la gran verdad del conflicto en Colombia: la gran víctima ha sido la sociedad entera.
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