En el marco de las guerras comerciales del momento, se ha venido utilizando con mayor énfasis la política cambiaria. En ese contexto, un elemento se relaciona con la independencia de los bancos centrales, considerada como esencial en la generación de confianza económica.
Recientemente, los EE.UU., en cabeza de su presidente, han acusado a China de haber manipulado su moneda. Si bien efectivamente se ha constatado una devaluación del yuan como respuesta a la imposición de aranceles por parte de la Unión Americana, es un mecanismo marginal frente a la discusión comercial entre los países. Trump también ha criticado al presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, por “debilitar al euro frente al dólar”. Pero en su particular estilo, ha mencionado que lo quisiera como presidente de la Fed (banco central americano) para que luchara por la competitividad de las exportaciones de su país.
La verdad, ha sido la Fed quien ha apoyado la política económica de la administración en los EE. UU. con su reciente reducción de las tasas de interés para dinamizar la coyuntura actual en el país. Esto trajo consigo la reducción de intereses por parte de otros países. Son dos los aspectos que cabe resaltar en ese contexto. Dada la caída del comercio internacional y sus consecuentes problemas de crecimiento económico, varios países han seguido una política de expansión monetaria, y así lograr devaluar la moneda. Y ahí está una de las diferencias actuales: se trata de lograr una mayor competitividad comercial entre países a través de la política monetaria y cambiaria.
Por otro lado, dado el endeudamiento sustancial en varias economías, tanto desarrolladas como emergentes, no existe espacio para un gasto público que compense el menor crecimiento. Y dado que en algunos casos las tasas de interés ya son bajas, la intervención directa en el mercado cambiario resulta como instrumento de política económica. La compra de monedas o instrumentos denominados en dólares se convierten en el mecanismo para devaluar la moneda.
Si bien esto no es nuevo, lo que pudiera resultar preocupante se relaciona, con lo que el economista norteamericano Fred Bergsten ha llamado la “intervención para equiparar las cargas”. Se convierte la devaluación de las monedas en una carrera entre las economías. A su vez, para realmente mover la tasa de cambio, se requiere de recursos sustanciales para las intervenciones directas en el mercado, con las consecuentes presiones inflacionarias.
Lo que no queda claro es a quien beneficia todo esto. Los consumidores se ven perjudicados por los costos adicionales de los bienes importados, y en una economía cada vez más globalizada y entrelazada, no está claro si efectivamente la competitividad exportadora de las empresas se ve mejorada. La situación acuerda a los años 30 del siglo pasado, cuando una combinación de proteccionismo arancelario y cambiario limitó el comercio internacional. Sólo volver a una mayor coordinación internacional (probablemente a través del Fondo Monetario) pareciera dar una salida en el corto plazo.
Lo peor de lo señalado está relacionado con el marco institucional. Los bancos centrales, bien sea a través de la reducción de las tasas de interés o la intervención directa en el mercado de divisas, se convierten en parte de la coyuntura económica de corto plazo. La pérdida de la independencia y de no centrar las políticas en el manejo de la meta de inflación, resultan en unas consecuencias cuyo peligro aún es difícil de medir.
Rafael Herz
Vicepresidente de la ACP
rsherz@hotmail.com