Alvaro Uribe y el Centro Democrático, presos de sus afanes electorales, se erigen como los profetas que anuncian catástrofes provenientes de los Acuerdos de Paz, y mientras profetizan están generando serios daños a la creación de un entorno propicio para el crecimiento de la economía de mercado que tanto dicen defender.
Las maniobras para oponerse a los Acuerdos, su estrategia frente al plebiscito y las acciones que su partido ha anunciado contra la refrendación e implementación de los acuerdos son cargas de profundidad contra la seguridad jurídica, la confianza inversionista y la cohesión social, con base en las cuales, según Uribe, debería cimentarse el crecimiento económico.
Uribe se opuso por principio al proceso de paz más serio y modélico emprendido por gobierno alguno en Colombia y en el mundo. Los Acuerdos de la Habana, lejos de ser la encarnación del modelo “castrochavista”, abren la posibilidad no solo de ponerle fin al conflicto, sino de reconstruir sectores sensibles para la economía, como el agro, o para depurar el ejercicio de la política electoral.
No hay que ser Nobel de economía para saber que un país sin conflicto armado tiene, en lo inmediato, mayores posibilidades de atracción de la inversión extranjera y de desarrollo de la inversión nacional que uno en guerra, y que sin conflicto armado en el mediano y el largo plazo podrán reinvertirse recursos hoy destinados a defensa en sectores estratégicos para el crecimiento y el desarrollo económico, tales como educación, salud o ciencia.
No ayuda a la cohesión social la campaña por el NO diseñada por el CD basada en verdades a medias y mentiras para que “la gente saliera a votar emberracada”. Esta estrategia segó la posibilidad de que la sociedad colombiana se uniera con optimismo en torno al propósito común de la paz y truncó lo que hubiese podido ser el inicio de una nueva narrativa colectiva de construcción de país. El factor anímico de una sociedad es importantísimo para el desempeño de su economía.
Los peores embates contra la estabilidad política y la seguridad jurídica que requiere cualquier entorno para el crecimiento económico están por venir. Uribe y el CD, descontentos porque los acuerdos no se hicieron a su medida o porque no lograron dilatar las negociaciones hasta las elecciones del 2018, ahora amenazan con revocar al Congreso y/o promover un nuevo plebiscito. Más grave aún es el entorpecimiento que Uribe y su partido significan para la implementación de los acuerdos.
La experiencia internacional demuestra que si la consecución de la paz no da victorias tempranas y no se avanza en resultados dentro de los dos primeros años, las posibilidades de retornar a una situación de conflicto son inmensas; a este escenario parecerían apostarle Uribe y su gente.
No son los acuerdos de paz, es Uribe quien más está ahuyentando la inversión extranjera, creando un clima de debilitamiento institucional al desconocer la legitimidad de las instituciones que antes ponderaba, generando inestabilidad política, acrecentando la división entre los colombianos, y, por último, entorpeciendo la implementación de medidas urgentes para el copamiento por parte del Estado de las zonas abandonadas por la guerrilla.
El posconflicto tiene retos y oportunidades. Una de ellas es la del crecimiento –y el desarrollo– económico. Sin embargo, ninguna medida en esta dirección florecerá del todo en un ambiente de inestabilidad política, debilitamiento institucional y caos.
¡Cuidado con la profecía autocumplida!
Germán Vallejo Almeida
Consultor independiente
germanvallejo@hotmail.com
germán vallejo almeida
Profecía del caos
El posconflicto tiene oporunidades. Una de ellas es el crecimiento económico. Ninguna medida florecerá en un ambiente de inestabilidad política.
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