En marzo pasado, por convocatoria de la Mesa de Voces por la Paz, asistimos a un encuentro con la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.
En el mismo participaron organizaciones sociales, comunitarias, académicas, empresariales, víctimas, sindicatos y representantes de las fuerzas militares y de policía, entre otros. Y por la Comisión, cinco de sus principales miembros, entre ellos su presidente, el sacerdote Francisco de Roux.
Por ser un tema sin antecedentes en el país y al mismo tiempo cultural y socialmente retador, eran naturales las expectativas frente al desarrollo de la reunión, sobre todo porque la agresión sin sentido frente a cómo construir paz permea muchos de los ambientes de encuentro ciudadano. Pero ocurrió algo gratificante.
Todos los que asistimos, sin excepción, fuimos recibidos por colectivos de víctimas, con música amable para un encuentro desprevenido, con relatos tristes pero al mismo tiempo épicos y con finales esperanzadores. Y sobre todo, con mensajes para superar el lastre del pasado y trabajar más colectivamente por un mejor país. En ninguna de las múltiples intervenciones se presentó una referencia intimidante o descalificadora a personas o instituciones en particular. Se habló de los contextos y los hechos degradantes que afectaron a grupos y personas. De las tragedias y de la invitación a la no repetición.
Sin duda contribuyeron decisivamente las sensatas opiniones de los comisionados. Partiendo de un enfoque profundamente humano –los asuntos que los desvelan como personas ante tamaño reto– todos fueron enfáticos en que no puede ser la comisión un medio de señalamientos, recriminaciones y pugnas, sino de verdades contextualizadas para que no se repitan 50 años de violencias que tanta deshumanización nos han producido. ¿Qué nos pasó como sociedad? Esta es la pregunta superior que esperamos conduzca todo el proceso. Y la verdad, como la mejor reparación moral para quienes fueron los más afectados, no importando su origen, condición o género. Al fin y al cabo, la inmensa mayoría de colombianos fuimos víctimas del conflicto.
Saber escuchar y hacerlo respetuosamente, darle prioridad ante todo a la palabra y mirarnos unos a otros, van a ser condiciones fundamentales para tal objetivo. La comisión, en sus asuntos reglamentarios, debe ser inmensamente cuidadosa de la forma y los medios para su desarrollo. A este propósito, y partiendo de que nada de lo humano debe ser ajeno al trabajo de la comisión, debe abrir la posibilidad de que existan audiencias privadas o confidenciales. Muchas personas u organizaciones que quisieran aportar pueden temer que en forma desproporcionada o innecesaria, su buen nombre y reputación sean objeto de la maledicencia que tanto daño hace a la comunicación en nuestro medio, lleno de irrespetos y posverdades. Los temores van a ser lo natural.
Cuando se haga el balance del trabajo de la comisión, dos indicadores deben merecer la mayor atención de los colombianos: el primero, si aumentó el respeto entre nosotros; y el segundo, qué tanta confianza e interés logramos para trabajar juntos por un país donde, en la natural diferencia, exista el derecho a vivir sin miedo. Si el trabajo de la comisión, y de quienes a ella quieren y deben asistir, se comporta con los principios y el ambiente del encuentro de marzo, creo que los resultados serán muy positivos.
Rafael Aubad L.
Presidente Proantioquia