El caso argentino tiene en vilo no solo al país austral, sino contagia a las naciones emergentes. A pesar de las esperanzas depositadas en el presidente Macri y sus reformas, la economía va de mal en peor.
Cuando llega Macri al poder, el déficit fiscal era del 7,2 por ciento, y esto, a pesar de que las administraciones de los Kirchner (tres periodos entre los esposos) recaudaron en impuestos el equivalente a una decena de Planes Marshall. Acto seguido, arribó Macri, y optó por una estrategia gradual que ha derivado en que el gasto público no se haya reducido en las cuantías requeridas para dar tranquilidad a los mercados. Lo anterior, junto con el endeudamiento público y la expansión monetaria, han conllevado a que la crisis se haya acentuado.
Casi tres años después de que se iniciara el gobierno del ‘cambio’, hoy Argentina experimenta una tasa de inflación del 25 por ciento, similar a aquella que había en las peores fases de la década kirchnerista, y que continúa situándose entre las más altas del mundo. El gradualismo fracasó a la hora de evitar el shock que tanto temía: se comprueba con el alza de las tasas de interés al 60 por ciento, tres veces la de Venezuela.
La depreciación marcada del peso argentino lleva más de 50 por ciento solo en este año, y los 7 mil millones de dólares en reservas internacionales no han logrado defender el valor de la moneda. Lo especial del caso argentino es que el FMI ha garantizado la liquidez para que Argentina cumpla con sus obligaciones y el sector financiero está capitalizado. El problema no es de solvencia o liquidez, sino de confianza.
La nueva administración argentina quiso resolver la excesiva inflación y el déficit generado por el sistema asistencialista de los Kirchner, a partir de saldar cuentas con las reservas del Banco Central, emitiendo deuda y buscando el ingreso de recursos financieros al país. En vez de un tajante ajuste con las correspondientes reducciones de gastos sociales y de funcionamiento del Gobierno, se buscó un ‘aterrizaje blando’, sin éxito.
El intento de la administración Macri de evitar un colapso político, lo ha puesto contra la pared. Ahora, el gobierno argentino está bajo las presiones del FMI y los inversionistas internacionales para acelerar, de manera inmediata, la reducción el déficit fiscal. El gobierno ha anunciado medidas inusuales como la reducción a la mitad de las carteras ministeriales, y contemplado aumento de impuestos.
Sin embargo, ante las elecciones del 2019, el propósito de lograr un apoyo político para las reformas parece lejos. La popularidad del Presidente ha caído al 35 por cientoy la oposición peronista se ve fortalecida. El ajuste radical que requería argentina para la reducción del déficit no se logró cuando la nueva administración llegó con pleno respaldo y el rechazo al ‘kirchnerismo’ era generalizado. Se perdió la oportunidad y se reafirmó el dicho que es mejor ‘cinco minutos colorado que toda la vida pálido’.
Para Colombia, el efecto ha sido notorio. A pesar de la estabilidad de los precios del petróleo, el peso ha sufrido una devaluación en las últimas semanas, y el flujo de capitales al país ha estado por debajo de las expectativas. El fracaso del gradualismo argentino ha dejado sus huellas en la región.
Rafael Herz
Vicepresidente Ejecutivo de la ACP