En días pasados, recordaba con algunos amigos las épocas en que era permitido fumar en todas partes. Era normal, para aquellos que no fumaban el aspirar el humo nocivo producido por el vicio de los otros. Comentábamos lo incómodo que es hoy para nosotros, cuando viajamos a países donde la prohibición a fumar en sitios públicos no existe, sentir el humo en restaurantes, bares y en las reuniones sociales o de negocios. Lo que hace algunos años era normal para nosotros ahora nos fastidia.
Decíamos además que las autoridades deberían regular también, por razones de salud, la polución auditiva y visual que produce el uso indiscriminado de teléfonos celulares y otros dispositivos electrónicos. Esta regulación, que ejercemos algunos en el hogar, debería ser replicada en lugares públicos por las autoridades, así como se hizo con el tabaco. Decíamos que es tan valido regular el uso de celulares en el hogar por nosotros y, en espacio público, por las autoridades, como es lo que se ha hecho con el humo del cigarrillo.
Sin pretender saber si hay o no consecuencias sobre la salud por causa de las ondas magnéticas asociadas al uso del celular, me atrevo a pensar que dicha regulación tendría un impacto similar, si hay un potencial nocivo, al que se ha logrado limitando los lugares permitidos al fumador. Para hacerlo más fácil, podría ser que se implemente como medida preliminar, extender la prohibición a donde ya existe la limitación a aquello que produce humo.
Es incómodo y distractivo el uso indiscriminado del celular. Tiene además una característica particular, cual es el hecho de que uno es parte del problema y no de la solución, pues, incluyendo a quien escribe esta columna, muchos de los que nos quejamos por la incomodidad que nos produce ese comportamiento caemos en la trampa consciente o inconscientemente de producir la misma incomodidad a conocidos y extraños con nuestro comportamiento.
No existe, a excepción de algunos salones en clubes sociales, casi ningún sitio de reunión donde se prohiba el uso de celulares. Eso hace que, en ascensores (ambiente de espacios reducidos), restaurantes, salas de juntas y aun en la mesa de comedor de nuestro hogar (para no hablar del dormitorio) esté uno en permanente exposición a las conversaciones de los demás, y los demás a las de uno mismo. Ahora, además, nos genera ansiedad no obtener una respuesta inmediata incluso a nuestras inquietudes más insulsas. Tal vez la regulación del uso de teléfonos contribuya también a mitigar la presión sobre la inmediatez de las respuestas.
Es evidente el sinnúmero de beneficios que trae la comunicación ubicua que ha permitido la tecnología. Eso no hace menos necesaria –además de la limitación por vía coercitiva por parte de la autoridad– la concientización por parte de todos los usuarios (yo incluido) para seguir reglas que hubieran sido parte de la Urbanidad de Carreño, texto que algunos estudiamos y pocos aplicamos en nuestro diario vivir.
Todo lo nuevo produce reacciones de ansiedad ante la incertidumbre que genera el cambio, pero creo que llegó la hora de que pensemos en alguna forma de darle un toque racional a un fenómeno que se ha salido de las manos.
Salomon Kassint
Banquero de inversión