Ellos y nosotros... ellos nos atacan y nosotros nos defendemos; te presento a nuestros héroes y ellos, sus terroristas. Estas afirmaciones las escuché tanto en territorio israelí como palestino. La creación de fronteras territoriales representa un elemento esencial en el establecimiento de cualquier comunidad. En su caso, Israel mantiene la frontera de la línea verde como resultado de la guerra del 48, pese a ser una frontera artificial, de facto, no reconocida por todas las partes. El gobierno decidió construir un muro divisorio en Cisjordania que respeta en 20 por ciento la línea verde, pero en 80 por ciento invade territorio palestino, acción cuestionada por varias entidades internacionales, mientras ellos aseguran que es por seguridad.
Durante mi visita a Israel, junto con otros 23 periodistas latinoamericanos, en uno de esos lugares de frontera difusa con el amado y odiado muro, me encontré con la ONG Roots, un lugar de coexistencia entre israelíes y palestinos en asentamientos de Cisjordania. Mi primer pensamiento fue guerrerista, al sentir que la resignación palestina dio paso a la sumisión árabe y ahora Israel le quería llamar cooperación. Pero mientras escuchaba a un ciudadano judío decir: “Cuando levanté mi mirada y vi que podía ver en los ojos de un musulmán el mismo miedo y el mismo dolor de la guerra, me di cuenta que éramos pueblos hermanos que merecíamos la paz”, noté que mi prevención me hacía ignorar lo más básico de la existencia, la humanidad en el reconocimiento del otro.
Tantas historias de judíos y musulmanes, a quienes ese personaje inhumano llamado guerra les arrebató miles de sueños, seres amados y la misma dignidad; pero hoy, por encima de las pérdidas y diferencias, dieron el agigantado paso de la tolerancia, me hace reflexionar en qué tan cegados estamos cuando construimos muros alrededor de nuestra indiferencia. A 11.538 km del conflicto de Israel-Palestina, estamos nosotros, los colombianos, que nos escandalizamos por los muertos en gaza y Cisjordania, pero que levantamos los muros tan alto como podamos y nos atrincheramos en las plataformas de las redes sociales.
Seis millones de muertos judíos dejó el holocausto, mientras tanto, el Registro Único de Víctimas, estableció que de 1986 a junio del 2017, siete millones de colombianos fueron desplazados por la guerra interna, y en sumatoria, hablamos de casi 9 millones de víctimas del conflicto bajo diferentes consideraciones.
En una conferencia con el profesor Uzi Rabi,director del Centro Moshe Dayan de Estudios del Medio Oriente, en la Universidad de Tel Aviv, aseguró que en los puntos clave diferenciales del conflicto árabe-israelí estaba el lenguaje, la religión, la cultura y uno muy importante: el entendimiento de quien está al otro lado. Lo cual me decepcionó, con franqueza, porque no podemos esperar que todos los puntos se alíneen para que cesen las hostilidades y la crudeza propia de la guerra. Así como no podemos esperar a que el Gobierno colombiano decida cuándo tenemos paz y cuándo no.
¡Oh, pero hay algo que ni un fusil, ni el dinero o el poder pueden controlar! Nadie nos puede prohibir que en medio de una ciudadanía polarizada por las más simples y complejas situaciones, nos miremos tan fijo a los ojos, que por encima de raza, religión y pensamiento político, nos veamos como lo que somos, colombianos. Nadie debe esperar a ver más muertos entre hijabs y kipás para entender lo que merecemos, la paz.
Angie Matiz
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