Soy un observador del comportamiento humano y encuentro momentos que he bautizado los vacíos.
Estos son espacios de tiempo que nadie quiere llenar, y que muchas veces se desperdician, teniendo un potencial inmenso.
Algunos ejemplos son: cuando uno se sienta en la silla de un avión, de un transmilenio o metro, entra a un ascensor, cuando un conferencista pide preguntas al final de una conferencia, o uno entra a un recinto o se encuentra en una de las veinte transiciones de la vida.
En estos vacíos hay una gran oportunidad de innovar, de asumir riesgos calculados que se pueden traducir en grandes beneficios, en hacerse esa famosa pregunta ‘océano azul’: ¿qué podría yo hacer que nadie ha hecho, pero que si lo hiciese cambiaría radicalmente el curso de las cosas?
He descubierto formas novedosas de lograr esto y las he ido perfeccionando. Normalmente arranco con un comentario o pregunta rompehielo.
En el transmilenio pregunto algo sobre la ruta; en el avión a la persona al lado mío qué lo lleva a tal lugar; en el ascensor hago una pregunta que siempre genera sonrisas: ¿este es de los edificios donde la gente habla o no habla en el ascensor? Durante una buena conferencia, preparo la pregunta y me atrevo a alzar la mano de primero.
Cuando no lo hago, a veces lo hace otro, pero a veces no. La calidad de la primera pregunta marca la pauta para las demás.
Al entrar a un recinto y en las transiciones de la vida, llenar el vacío es un poco más complejo, pero igual de interesante.
El uso de preguntas le permite a uno enfocar la atención de uno y de los demás al tema que uno quiera expander. Cuando alguien entra a mi oficina yo le pregunto ¿quiere un elixir de la felicidad? Esto siempre genera curiosidad. Cuando me acerco a algún grupo, pregunto algo así como “¿están arreglando el país?”.
Las veinte transiciones de la vida generan vacíos con un gran potencial de innovación. En estas transiciones uno descubre oportunidades inmensas si se hace preguntas espina –esas que necesita uno sacarse– Algunas de estas pueden ser: ¿cómo puedo yo ser más feliz?, ¿qué puedo eliminar en mi vida que me permita fluir más?, ¿cómo puedo dejar una huella mayor?, ¿qué puedo hacer para ser más efectivo?
Al aprovechar los vacíos, la vida se vuelve más interesante. Esa capacidad de asombro que todos tenemos a flor de piel o escondida y esa capacidad de generar asombro florecen.
Deja uno salir ese niño juguetón, desprevenido, inquieto, transparente que llevamos dentro. Logra uno posicionarse, ya que la gente lo recuerda. Le saca uno más jugo a situaciones cotidianas y genera más oportunidades.
Hace unos meses me llamó el dueño de una empresa constructora de Medellín. Me contrató ese día para ir a Medellín y darle una conferencia a su gente. Allá le pregunté que de dónde me conocía.
Él me respondió: “hace tres años, usted me dio una tarjeta suya en un ascensor y yo tomé la decisión de contratarlo”.
Para lograr inventar en los vacíos es clave quitarse las ocho ‘p’: la pena, la pereza, la pobreza mental, los paradigmas que nos ciegan, el pesimismo, el perfeccionismo, el paternalismo y la pendejada.
Algunos preguntan por qué hay que quitarse el perfeccionismo: la búsqueda de la perfección inhabilita al individuo a tomar riesgos, a no quedarle mal a nadie.
Raúl Cuero dice “las sociedades que quisieron ser perfectas se destruyeron: qué tan importantes son en el mundo hoy las sociedades griegas y romanas”. Raúl agrega “olvídate de la perfección, busca la excelencia”.