Las multitudinarias manifestaciones en Brasil y Turquía, la escasez de liquidez en China, y las huelgas en Suráfrica, manifiestan tensiones en las economías emergentes que durante una década han sido motor de la economía global.
Desde el inicio de siglo, los inversionistas han tratado a estos mercados como si fueran un bloque homogéneo bajo el liderazgo chino en el comercio global y su imparable crecimiento. A los Brics (Brasil, Rusia, India y China) se sumó Suráfrica, afianzando su peso en la economía mundial y la idea de que podrían ser tratados como bloque económico y de análisis.
El proceso de globalización e internacionalización de las economías, y la crisis iniciada en el 2008 en Estados Unidos, Europa y Japón, con leve recuperación, debilitan el comercio exterior, y aumentan el desempleo y descontento de los ciudadanos en el mundo. El PIB de Turquía creció 9,2 por ciento en el 2010, y cayó al 2,5 por ciento en el 2012; Brasil descendió de 7,5 por ciento a 0,9 por ciento en igual periodo. Rusia vive protestas masivas al ritmo en que se desacelera la economía, de 4,3 por ciento a 3,4 por ciento entre el 2010 y el 2011.
Los indignados –que desde la Primavera Árabe (Egipto) pasan por Inglaterra, Estados Unidos, Chile y ahora Brasil– han llevado a los jóvenes a protestar por la calidad de la educación, el desempleo, la salud, la vivienda, la carencia de oportunidades, la concentración del ingreso, entre otros, y delata la preocupación por la crisis, en la cual la distopía (futuro incierto) florece también en las naciones desarrolladas, pues los hijos piensan que tendrán un nivel de vida inferior al de sus padres y están gobernados por sistemas injustos, donde campea la corrupción.
Las economías emergentes que han tenido viento a favor no hicieron lo suficiente para resolver problemas estructurales durante la década de bonanza, y hoy les pasa cuenta de cobro el déficit en cuenta corriente y alta dependencia de los commodities.
Brasil, el mayor mercado de América Latina, quinto país en extensión y población del mundo (192’379.287 habitantes), octava economía mundial, PIB per cápita de 11.769 dólares según el Banco Mundial, es un país emergente de claro liderazgo regional que genera el 34 por ciento del PIB y agrupa el 33 por ciento de la población latinoamericana. Las políticas socialdemócratas, iniciadas por Lula, de ajuste macroeconómico, respecto al empresario moderno generador de empleo y paga de impuestos, fijó su objetivo en los más desposeídos para educarlos y darles salud. La creación del ‘Plan Bolsa de Familia’ y el aumento del salario mínimo en un 50 por ciento permitieron sacar de la pobreza extrema a 35 millones de personas. En Brasil, el 98 por ciento logra la primaria, el 97 por ciento la secundaria, y se poseen las mejores ‘ranqueadas’ universidades de América Latina. En contra de las teorías neoliberales, el salario mínimo aumentó 400 por ciento, la inflación no se desbordó y el desempleo sigue en niveles mínimos. Los ojos del planeta miraban a Dilma Rousseff, la ‘Dama de hierro’ del Partido de los Trabajadores, heredera del presidente más popular y líder de la región (80 por ciento de favoritismo). Encarnaba a una intelectual izquierdista, exministra de Energía y jefa del gabinete del Gobierno de Lula, quien continuaría estas políticas, disminuyendo la desigualdad y eliminando la corrupción, repudiada por una clase media con ingresos superiores a 1.800 euros mensuales,que pasó de significar el 38,8 por ciento en el 2002 al 52 por ciento en el 2010.
La chispa que activó el movimiento popular actual fue el rechazo al alza de 200 pesos en la tarifa de transporte por parte del Movimiento Pase Libre (MPL), que lleva un año pidiendo su gratuidad; inició en São Paulo y se propagó a otras ciudades, que por millones multiplican las protestas, en un país apasionado por el fútbol, pero indignado por los 15 mil millones de dólares gastados para preparar el próximo Mundial. Reclaman “más hospitales y menos estadios, mejores servicios de salud y, como los chilenos, educación pública de calidad y mayor calidad de vida”. Las protestas reflejan la frustración de capas medias brasileñas que no aceptan la desigualdad (coeficiente Gini de 0,54 por ciento), al igual que Colombia (0,55 por ciento), Honduras (0,57 por ciento) y Chile (0,52 por ciento), que son de los más altos de la región, acompañado de violencia y corrupción. Aunque se tengan índices de crecimiento económico, podrían incubar nuevas protestas por la inclusión social y la democracia económica.
Brasil se debate entre una Asamblea Constituyente o un plebiscito que realice las reformas políticas, que, según la presidenta Rousseff, “Brasil está maduro para avanzar y no quiere quedar parado donde está el Gobierno. Destinará 50.000 millones de reales para inversiones en movilidad urbana, transporte público”, más metros, más tranvías y corredores para autobuses, llamando al diálogo pacífico en respuesta a la protesta que sacude el país.
Ricardo Mosquera M.
Profesor Asociado Universidad Nacional