La economía es dinámica, no en el sentido en el que se le atribuye esta característica a la política, especialmente en Colombia, donde los políticos cambian de partido como de vestido. Esta particularidad en economía debe entenderse en el sentido de los profundos cambios que vive actualmente la humanidad, y que debe reflejarse en esta disciplina que debe estar al servicio del hombre. Con mucha frecuencia, ya no es a los hijos, sino a los nietos, a quienes acudimos cuando de resolver problemas tecnológicos se trata, lo cual demuestra la velocidad de esta sociedad moderna.
Actualmente, el tema del crecimiento incluyente no es un discurso de los mamertos, como despectivamente se han llamado a los individuos con ideas progresistas, pero que son ubicados en los 60. Es nada menos que el nuevo concepto del Fondo Monetario Internacional, organismo multilateral que impulsó los, tristemente célebres, ajustes estructurales que en América Latina tuvieron costos no solo en temas sociales, sino, sobre todo, en infraestructura (costos que no ha asumido esta entidad ni el Banco Mundial, por lo menos hasta hoy). Ahora resulta que, con la llegada de la directora Christine Lagarde, algo inusual está sucediendo en este Fondo, que ojalá contagie a su compañero, el Banco Mundial.
En declaraciones recientes, la señora Lagarde ha dicho abiertamente que la desigualdad afecta el crecimiento económico, algo nunca visto en esa entidad. Al tiempo, los últimos documentos de ese organismo se preocupan seriamente, al menos eso parece, en la necesidad de impulsar un crecimiento incluyente. Un informe reciente, incluye una referencia de otros autores quienes afirman que “(…) sería un gran error separar el análisis de crecimiento de la distribución de ingreso”. Ya el tema no está solo a nivel teórico, sino que, precisamente, el trabajo anotado trata de buscar una medida de crecimiento incluyente, frente a la crítica que anota cómo hasta ahora se han estudiado, por separado, los temas del crecimiento y la equidad.
Este cambio de enfoque es obvio hace mucho tiempo, pero solo hasta ahora lo acoge una institución tradicionalmente ortodoxa, que creyó, durante décadas, de distintas formas del trickle down, o ‘chorreo’; es decir, que el crecimiento terminaba en algún momento llegándole a los pobres. Ahora, según el FMI, “(…) el reciente flujo de noticias en los medios y la atención política hacia la creciente inequidad en el mundo, ha generado gran interés sobre sus causas y consecuencias”. Hoy, se entiende que es cada vez más difícil reducir la pobreza y bajar la desigualdad, si el Estado y la actividad productiva les dan algo a los pobres, pero terminan beneficiando más a los ricos. Es el debate del 1 por ciento más opulento del mundo frente a la persistencia de preocupantes niveles de pobreza, no obstante su tendencia a la baja en muchas partes del mundo. Este tema es el que Piketty ha explicado en su libro El capitalismo del siglo XXI.
Los profundos cambios de la sociedad del presente siglo no son tomados en su verdadera dimensión por los economistas, que desprecian las otras ciencias sociales. Y por consiguiente, no consideran que la economía también tiene que ajustarse al nuevo hombre, a la nueva mujer y, especialmente, a los niños y jóvenes de hoy. A su vez, es imposible aplicar las políticas económicas de siempre, sobre todo las que han dominado el pensamiento económico durante las últimas décadas.
Sin embargo, al revisar estos pensamientos progresistas del Fondo Monetario, queda en evidencia una tendencia que se observó en el Plan de Desarrollo, recientemente aprobado. Lo que ha cambiado realmente es el diagnóstico: es innegable que en el logro de un mundo más igualitario, hemos fracasado, aunque la pobreza mundial ha decrecido. Estos análisis sobre las características del desarrollo mundial generan expectativas muy positivas entre los que nunca creímos que bastaba solo con crecer. Ahora, al mirar las recomendaciones de política frente a los nuevos escenarios que ya se reconocen, estas son las mismas de los últimos 20 o 30 años.
Es decir, palabras más, palabras menos, tenemos diagnósticos socialdemócratas –incluso en el Fondo Monetario–, pero acompañados con políticas neoliberales. Y esto fue evidente en el Plan de Desarrollo –con algunas excepciones–. Pero lo más preocupante es que esta nueva concepción del desarrollo actual del mundo es evidente en esas entidades multilaterales, que siguen mandando en el pensamiento económico, y las estrategias para lograr el crecimiento incluyente.
Un ejemplo en el documento citado. Los elementos determinantes del crecimiento incluyente en los mercados emergentes –o sea, nosotros– son: en primer lugar, la estabilidad macroeconómica, el desarrollo humano y cambios estructurales (?). No se analiza que, por ejemplo, en América Latina la mitad de las mujeres son mejor educadas que los hombres, y no participan en el mercado laboral, porque la economía del cuidado se ha sacado de la agenda de desarrollo.
Tampoco se mencionan las profundas transformaciones en la demanda mundial, cada día más sofisticada, y cuya oferta la asumen los sectores empresariales, dejando a los pobres produciendo como en el siglo XIX. Mucho menos se toman en cuenta los profundos cambios demográficos, en un mundo que envejece rápidamente, pero que sigue dejando al olvido a esta población, o la deja dependiendo de sistemas de seguridad social que se están quebrando. Pero, además, estamos en pleno desarrollo de un modelo de crecimiento sin empleo, cuando el trabajo digno es la mejor forma posible de sacar a los individuos de la pobreza. De manera contraria a estas realidades, a la vez, el Fondo, en otros documentos, recomienda ampliar las transferencias condicionadas como solución para los sectores marginados. Como se puede ver, la economía es dinámica, pero los economistas estáticos.
Cecilia López Montaño
Exministra - Exsenadora