La victoria de una u otra alternativa política el próximo 15 de junio tendrá implicaciones sobre las instituciones, el monopolio de la violencia, y la entrada de Colombia a la modernidad. Estamos en presencia de una ‘coyuntura crítica’, como los expertos bautizan a los momentos en que se puede definir al tiempo simultáneamente un cambio profundo tanto en las instituciones políticas como económicas.
Los intereses que se benefician de la persistencia de la guerra incluyen, en primer término, a los sectores económicos no transables que tienen economías de escala y experiencia en el uso de la violencia privada.
La existencia de la guerrilla o su fantasma sería la disculpa perfecta para continuar con la expropiación masiva y violenta de tierras que se observó en la primera década del siglo XXI, y facilitaría el retorno de la influencia electoral paramilitar en extensas zonas de Colombia, caso documentado en su momento por Acemoglu, Robinson y Santos (Ver http://scholar.harvard.edu/files/jrobinson/files/monopoly_of_violence.pdf).
El programa político de un gobierno que incluyera a estos intereses vendría acompañado del debilitamiento de instituciones centrales clave y la destrucción de los pocos canales institucionales entre el centro y las regiones mediante el ‘diálogo popular’, que es simplemente el retorno del contacto directo con el constituyente primario y la asignación presupuestal por parte de un caudillo carismático.
De la persistencia de la guerra se benefician perversamente, por reflejo en el otro lado del espejo, algunos intereses de la izquierda cuyos votos dependen tan solo de denunciar a quienes no son iguales. El senador Robledo, que nunca en su vida ha hecho una propuesta concreta para beneficiar a la mayoría de la población, perdería su efecto mediático en un país ordenado y democrático, cuyo PIB creciera 2 o 3 puntos anuales adicionales de manera permanente como consecuencia de los beneficios de la eliminación de la guerra.
El viejo adagio de que los extremos se necesitan, nunca ha sido más cierto en este caso: Robledo y Uribe unieron esfuerzos en los paros agrarios; y el video de Youtube, donde Robledo plantea que no hay que votar por Santos es circulado con deleite por la campaña del Centro Democrático.
Los beneficiarios de la paz incluyen a la población rural en regiones donde la debilidad institucional ha sido sustituida por actores al margen de la ley, a condición de que se desarrolle una política de choque en alianza con sectores productivos urbanos. También incluyen, de manera más difusa, a la creciente clase media urbana, las pequeñas y medianas industrias, y las grandes empresas, que no sufren de manera directa los flagelos de la guerra.
El analfabetismo político y las preferencias ideológicas hacen que las proyecciones de ganadores y perdedores económicos no siempre coincidan con votos por los candidatos que representan sus intereses. La ausencia de educación de calidad no genera electores racionales; con probabilidad positiva, un ciudadano con primaria puede creer que el país se entregará al castro-chavismo, y que se entregarán zonas enteras del Pacífico colombiano y del oriente del país a las Farc. Por otra parte, la intolerancia se puede alentar con declaraciones incendiarias de condena a todo lo que no sea tierra arrasada.
En su artículo de El Espectador del 2 de junio, Salomón Kalmanovitz plantea que en la actual situación se elige entre un mal menor y la esencia del mal. No son palabras ligeras. Alain Badiou plantea que “el mal es el proceso de un simulacro de verdad. Y en su esencia, bajo un nombre de su invención, es terror dirigido a todos”. El merodeo del mal se comprueba el método político del Centro Democrático, que sigue con asombrosa fidelidad la trama de el resistible ascenso de Arturo Ui, la parábola teatral del ascenso de Hitler a través de un perturbador personaje del Chicago de los años treinta del siglo pasado. Y lo pueden constatar las víctimas del conflicto partícipes del proceso de Restitución de Tierras, que están recibiendo anónimos donde se les informa que la fiesta se les acabará pronto.
El proceso de paz adelantado por Santos es serio, estructurado y tiene compromisos avanzados; nunca se había estado tan cerca de una solución a un problema de medio siglo. Jorge Wagensberg plantea: “Construir, actividad propia de los que está a favor, es ir desde cualquier cosa hacia un ente único e improbable, lo que requiere no poco tiempo, no poca energía y no poco conocimiento. Destruir, actividad propia de los que están en contra, es ir desde un ente único e improbable hacia cualquier cosa, lo que requiere poco tiempo, poca energía y poco conocimiento”.
Por las irreversibles tendencias mundiales y nacionales, los sectores que se benefician de la guerra no tendrán asidero en la realidad en el largo plazo, con o sin triunfo del Centro Democrático en el 2014. Pero enfrentamos la posibilidad de evitar ahora años de antimodernismo, fanatismo, retroceso social y destrucción de avances pacientemente logrados en muchos frentes. Debemos perseverar en la construcción de paz y de instituciones.
La civilización hará que las posturas de los senadores Robledo y Uribe se vean en su momento como los arcaísmos que ya son. Como muchos de los que estamos en el lado de la paz y de la modernidad, mi invitación a votar por Santos viene acompañada de independencia y autonomía, que serían muy complicadas de ejercer en otras circunstancias.
Juan Benavides
Analista