Cuando en Colombia se inicia un nuevo Gobierno, nada más oportuno que ponerse al día sobre las características del desarrollo económico y social del mundo de hoy. Con este fin, se recomienda un estudio cuidadoso del último Informe de Desarrollo Humano del Pnud del 2013, cuyo análisis no debe limitarse a lo que sucede en Colombia –ya suficientemente preocupante–, sino al debate sobre el nuevo rumbo que ha tomado el desarrollo mundial. Cada cual debe hacer su propio estudio, pero es oportuno señalar algunos de los temas que son relevantes para un equipo económico, que como el de Colombia, sigue siendo tan ortodoxo como hace 20 años.
El título lo dice todo, ‘El Ascenso del Sur’, y a través de el texto se demuestra cómo la realidad de la economía mundial ha cambiado radicalmente: el comportamiento de los países del sur ha sido tal, que sus experiencias están revaluando lo que se consideró como dogma por varias décadas, el Consenso de Washington.
Afirma el informe que: “Es más probable alcanzar el éxito a través de una integración gradual con la economía mundial, acompañada por inversiones en la ciudadanía, las instituciones y la infraestructura”. ¿Recuerdan lo que le pasó en el Gobierno de Gaviria a aquellos que planteaban esto mismo y no la aceleración, que no solo defendió, sino que llevó a cabo esa administración?
Y cómo les parece esta afirmación: “(…) el crecimiento económico por sí solo no se traduce automáticamente en el progreso del desarrollo humano. Políticas a favor de los pobres e inversiones significativas en las capacidades de las personas (mediante un enfoque en educación, nutrición, salud y habilidades de empleo) pueden expandir el acceso al trabajo digno y brindar un progreso sostenido”. Pero hay más, el informe identifica cuatro áreas específicas de enfoque para sostener el impulso del desarrollo: mejora de la igualdad, incluida la dimensión de género; dotación de voz y participación a los ciudadanos, incluidos los jóvenes; confrontación de presiones ambientales, y manejo del cambio demográfico.
Solo con estas frases es fácil entender los malos resultados que este análisis presenta sobre el desarrollo humano en Colombia. Sin embargo, el Gobierno Santos sigue insistiendo en la maravillosa economía colombiana y cree que con asistencialismo (que se confunde con populismo), a la gente le va tan bien como a la economía.
La razón de esta dicotomía: muy bien en crecimiento del PIB y mal en indicadores sociales, es muy sencilla y la explica también el informe en cuestión. Como en Colombia mandan los sectores privilegiados, a esos –como en todo el mundo–, les va divinamente y poco les importa lo que les pasa al resto de ciudadanos. En consonancia con lo anterior, el texto sentencia que “Las élites tanto del norte como del sur (…) son las que más se benefician de la enorme generación de riqueza alcanzada en la última década, (…) se forman en las mismas universidades y comparten estilos de vida, y tal vez, valores similares”.
Pero a Colombia, como país, le va muy mal en desarrollo humano. No solo estamos en la cola de la lista de países de desarrollo humano alto –solo un poco mejor que Sri Lanka, Argelia y Túnez, sino que en esta categoría estamos muy por debajo de los países de América Latina con nivel de desarrollo similar: por encima, muy lejos, está Chile, Argentina, Uruguay, México e incluso Brasil, Perú y Ecuador; y en Centroamérica nos superan Costa Rica y Panamá. Pero lo peor de todo es que no hemos avanzado nada entre el 2007 y el 2012, donde se registran 0 (cero) cambios, según lo muestra el cuadro dos de dicho informe.
La conclusión de este mal desempeño es obvia para quienes no están obsesionados con la idea de que basta con que crezca el PIB. No es que Colombia no destine recursos para la política social, sino que los asigna mal. Y más aún, se cree que la política económica es neutra en términos sociales y que un país puede mejorar en equidad sin políticas sociales universales que garanticen igualdad de derechos a toda la población en salud, educación y seguridad social. Además, se sigue pensando que dándole prebendas a los individuos ricos y sin cobrarles impuestos –con la idea bizantina de que ellos son los que hacen el desarrollo–, se pueden atacar las profundas desigualdades de la sociedad colombiana.
No basta con esa forma limitada de ver el problema social –limosnas y más limosnas–, sino que la vida de la gente depende básicamente de tener empleos dignos, cosa que en Colombia es más un deseo que una realidad. Lo fundamental de todo esto es que para cumplir con la Constitución de 1991, es indispensable hacer las reformas estructurales que a los poderosos no les gustan: educación pública de alto nivel que atraiga a los pobres y a las clases medias, un sistema de salud que satisfaga realmente a la población partiendo de una atención eficiente ante sus necesidades y un sistema pensional con cubrimiento total.
¿Será posible que el nuevo gabinete ministerial, muy parecido al anterior, y el Presidente mismo se bajen de la euforia de la economía creciendo cerca del 5 por ciento anual y se preocupen más bien en que estos éxitos económicos no se concentren en los pocos ricos de este país? Ojalá este informe, lleno de planteamientos que se alejan de la ortodoxia, lo lean y asimilen nuestros economistas, que en este país son más poderosos de lo que deberían ser.
Cecilia López Montaño
Exministra - Exsenadora