Es bueno insistir en que la firma de un acuerdo con las Farc no es la paz automática, por eso no es exacto decir que quienes critican o hacen observaciones al proceso de negociación de La Habana, sean enemigos de la paz. Esta es un anhelo de todos los colombianos y decir que tiene enemigos es una forma de ayudar a polarizar el país, de enfrentar nuevamente a la ciudadanía entre buenos y malos, pacifistas y guerreristas. Esto contribuye a todo, menos al logro de un clima de paz y unas condiciones de vida realmente solidarias, armoniosas, equilibradas y justas.
El Presidente ha solicitado unidad y moderación del lenguaje, pero las agresiones que hemos sufrido por muchos años no tienen otro nombre que el que reciben cada uno de los actos padecidos, por lo tanto, los delincuentes que nos han atacado con sus bárbaros actos deben ganarse primero la confianza y el cambio de mentalidad de la ciudadanía y los medios, dejando las acciones violentas.
En segundo lugar, deben reconocer su culpabilidad, las miles de víctimas que han causado, los horrores cometidos contra niños inocentes, que vieron sus vidas truncadas por sus demenciales minas, contra nuestros sencillos y valientes soldados, ‘legítimos defensores’ de la ciudadanía y de la patria. Deben pagar realmente por sus crímenes e indemnizar a las víctimas. Basta de insistir en que el Estado y la sociedad son tan culpables como ellos. Hay responsables individuales que deben ser sancionados por sus delitos, pero nunca han habido instituciones que hayan cometido las atrocidades de las Farc.
Sin este paso no se logrará nunca la paz, pues nuevamente quedarán víctimas resentidas que continúen el rosario de venganzas que nos ha arrastrado por años en la violencia.
Se necesitan, desde luego, consensos, y para ello es necesario oír, abrir espacios para recibir las inquietudes y propuestas de quienes piensan distinto; el país está totalmente dividido y polarizado, existen grandes temores alrededor de los secretos que se han pactado y se siguen pactando. La sociedad está atemorizada, los negocios lentos, la venta de propiedad raíz se ha ralentizado y no propiamente solo por la economía, sino también porque los inversionistas reflexionan profundamente acerca de los riesgos que se ciernen sobre el país por la forma como se manejen las cosas en La Habana, con la posibilidad de que una guerrilla narcotraficante, corrupta, terrorista y de una crueldad impensada, armada y poseedora de inmensas sumas de dinero del narcotráfico y del secuestro, lidere los procesos políticos.
Y digo armada, pues las Farc desmintieron rotundamente al doctor De la Calle, cuando dijo en el Congreso que entregarían las armas, han insistido categóricamente que no harán entrega de las mismas.
Realmente, no todos los colombianos nos sentimos representados en una negociación que compromete a fondo nuestro futuro: por un lado está el Gobierno, que según las últimas encuestas, cuenta con un apoyo minoritario en este proceso y un grupo pequeño de colombianos que han hecho la guerra a toda la sociedad, no solo a las autoridades legítimas, y que no representan a nadie, pues cuentan con el mayor rechazo en todos los sondeos.
Finalmente, necesitamos justicia. Sin justicia creíble, transparente, no politizada ni corrupta, seguirá la tendencia a tomar la justicia por mano propia, como estamos viendo, con mucha frecuencia, ante la desprotección que siente el ciudadano. La falta de confianza y respeto por la justicia, como ha sido calificada en encuestas recientes, no permitirá que el país encuentre la seguridad, el sosiego y la tranquilidad de que los mayores responsables de los peores crímenes de lesa humanidad van a ser sancionados y vamos a tener certeza en la no repetición de las acciones.
María Sol Navia
Exministra de Trabajo