En los últimos años se ha hecho evidente el problema de la sobrepoblación de las cárceles colombianas. Según el Centro Internacional para Estudios de Prisión (ICPS por sus sigla en inglés), el país tiene aproximadamente 118.201 personas en sus centros de reclusión, es decir, 245 convictos por cada 100.000 habitantes. Esta tasa de encarcelamiento pone a Colombia en el puesto número 52 a nivel mundial, peor incluso que otras naciones con conflictos internos y situaciones graves de delincuencia común y crimen organizado. El ICPS calcula, además, que el nivel de ocupación es de 156 por ciento. Más aún, la tendencia del encarcelamiento continúa al alza: en 20 años, la población colombiana en prisión se ha cuadruplicado y la tasa de confinamiento se ha triplicado.
Pero no es algo exclusivo de Colombia: el pasado primero de noviembre, el diario El País reportó que Costa Rica ha decidido liberar a varios presos para reducir la sobrepoblación en sus cárceles. Este país, considerado uno mejores con condiciones sociales y económicas en América Latina, tiene una tasa de encarcelamiento superior a la colombiana: 314 convictos por cada 100.000 habitantes (posición 28ª en el mundo). Chile, tan admirado por los colombianos y cuyas ideas y programas han sido tan fervorosamente copiadas por nuestras autoridades, está en el puesto 49 de la lista. Se pone peor: Uruguay, con un alto Índice de Desarrollo Humano y quizá con los mejores estándares de vida en la región, se ubica en el puesto 41, con una tasa de ocupación de casi 120 por ciento.
Tampoco es un fenómeno exclusivamente latinoamericano: Reino Unido tiene una tasa de ocupación del 108 por ciento, Taiwán, 280 convictos por cada 100.000 habitantes, Suráfrica tiene la trigésima sexta tasa de encarcelamiento más alta del mundo y Groenlandia, la trigésimo tercera. No para allí: EE. UU. tiene el mayor número de reos en el mundo (más de 2 millones), hace 30 años eran menos de 500.000, y también la tasa de encarcelamiento más grande (716 convictos por cada 100.000 habitantes). Ésta es verdaderamente una cuestión global.
Una de las principales características de este fenómeno es que un gran número de presos pertenece a grupos étnicos marginalizados, como afroamericanos e hispanos en EE. UU. En Colombia, la división por color de piel que se ve en la distribución de la riqueza también se hace notoria en la población carcelaria, en tanto los presos tienden a ser más oscuros. Existe un sesgo de raza y clase. Cabe preguntarse ¿por qué los planes de desarrollo y los programas de ajuste estructural que tanto pregonan los organismos internacionales y cuyos objetivos son, en últimas, mejorar la calidad de vida de todas las personas, no han tenido un impacto en reducir las tasas de encarcelamiento, indistintamente si se habla de países ricos o pobres? ¿No es la promesa del desarrollo lograr un mundo más rico, saludable y pacífico?
Adicionalmente, algunos de los convictos han sido encarcelados por delitos menores. Varios de ellos se convierten verdaderamente en criminales solo cuando pasan por las cárceles, pues allí aprenden conductas delictivas y crean redes con criminales. Las altas tasas de reincidencia de los delincuentes liberados permite poner en duda la efectividad misma del sistema carcelario en el mundo, y la solución, por supuesto, no puede ser construir más cárceles: en algún momento ellas también estarán sobrepobladas. ¿Cómo puede realmente rehabilitarse a un criminal? Los colectivos abolicionistas del sistema afirman que el castigo por un crimen no puede ser el aislamiento, sino una labor social para enmendar la transgresión hecha y así evitar la reincidencia.
Finalmente, la problemática de las drogas tiene un gran impacto en la sobrepoblación de las cárceles. La lente, exclusivamente punitiva, con que en muchos países se mira la producción, venta y consumo de drogas dicta que el castigo por cualquier actividad relacionada sea casi automáticamente la prisión. Se trata de una mirada moralista que considera malvados a los productores, distribuidores y usuarios de drogas sin analizar a fondo las distintas causas de la problemática. Además, la prisión no es una solución definitiva: nadie puede superar sus adicciones en una cárcel, menos cuando fácilmente se accede a las drogas y se puede continuar inmiscuido en la vida criminal. En últimas, tanto las políticas antidrogas como las carcelarias deben ser revisadas, pues no han sido efectivas en disminuir la criminalidad, y el debate debe estar basado en evidencia, no en discursos moralistas.
Santiago Sosa
Redintercol