Las bombas noticiosas y las presiones que en materia de gobernabilidad generan, tienden a hacernos olvidar que Colombia y Venezuela emprendieron hazañas gloriosas juntas, que en el pasado fuimos una sola República, y que es justamente por ello que los colombianos y los venezolanos estamos obligados a convivir actualmente en una zona fronteriza que, las más de las veces, desborda las nacionalidades.
La frontera colombo-venezolana es la frontera terrestre más viva de las existentes para Colombia, y la única palpitante de Venezuela. A lo largo de ella compartimos diversas personalidades geográficas y culturales muy similares entre sí. La caribeña, llanera, amazónica, y la andina. Es por ello que, muchas veces, las diferencias entre colombianos y venezolanos no exceden la lógica de las existentes entre las mismas regiones en el seno de los países. Las diferencias entre un bogotano y un caraqueño no son mayores que las que existen entre un bogotano y un barranquillero. O el hecho de que los denominados ‘andinos’ de Venezuela, que se ubican en donde hoy es el epicentro de la crisis, hayan tenido una relación más estrecha con los colombianos que con el resto de la población venezolana.
Pero a pesar de lo anterior, también se presentan desemejanzas importantes. Una de estas, vinculada con el temperamento político de sus dirigentes. La lógica política colombiana se ha desarrollado desde el centro de un país mirándose a sí mismo, mientras que la venezolana lo ha hecho desde la costa caribeña abierta al mundo. Miguel Antonio Caro se enorgullecía de nunca haber salido del Altiplano Cundiboyacense, mientras que Antonio Guzmán Blanco, lo hacía por todo lo contrario: gobernar a Venezuela desde el exterior.
Otras diferencias más contemporáneas nos han puesto en caminos distintos: del lado venezolano, su condición de país petrolero, la fuerte intervención del Estado en la economía, su proceso de inmigración, el papel de los militares en la política y más recientemente la llegada de un gobierno con un proyecto revolucionario. Del lado colombiano, fenómenos como el conflicto armado, el narcotráfico, y rasgos como el poder concentrado en familias y el peso de los grupos económicos, han hecho transitar a Colombia por otra vía.
Algunas de estas disimilitud, junto con decisiones adoptadas por los gobiernos en los últimos quince años, se han entrecruzado en la zona de frontera. De esta manera, a la histórica problemática entre ambos países por la delimitación fronteriza, se han sumado otras. Actualmente, se entremezcla el tradicional contrabando con el desabastecimiento de alimentos del lado venezolano, y la reorganización de un negocio más lucrativo que el tráfico de cocaína por parte de actores ilegales, que con autoridades corruptas, están haciendo de la frontera porosa, una zona cada vez más insegura.
Las cifras hablan por sí solas: 192 pasos fronterizos terrestres y 17 fluviales ilegales versus 4 pasos formales, 12 millones de galones de gasolina anuales de contrabando, significativos cultivos ilícitos en el departamento de Norte de Santander, con municipios como Tibú, con tasas de homicidios de 90.09 por 100.000 habitantes, 4.969 denuncias por desapariciones en sus municipios fronterizos (Fundación Progresar), varias capturas de cabecillas de bandas como los ‘Rastrojos’, así como de capos de carteles del narcotráfico en Venezuela.
Así mismo, la crisis humanitaria que no es nueva, ni únicamente del lado colombiano. Según Acnur, en el 2010 alrededor de 200.000 colombianos habrían sido potenciales solicitantes de refugio en Venezuela, aproximadamente 5.000 habrían sido reconocidos. A mayo del 2015, 7.027 colombianos han sido deportados, a los que se suman 1.381, más los 10.000 que han retornado voluntariamente.
Por primera vez en la relación bilateral, la zona de frontera, por su alto nivel de conflictividad, y difícil colaboración y coordinación entre sus gobiernos, pasó a ser motivo de fuerte enfrentamiento entre ambas administraciones. Es urgente reestructurar la relación bilateral para enfrentar los desafíos en frontera.
Ambos gobiernos tienen el deber de ofrecer soluciones que demandan esquemas colaborativos. De poco servirán las acciones unilaterales. Colombia por su lado, en el corto plazo debe responder a la crisis humanitaria y evitar la desestabilización socioeconómica de su región. En el mediano y largo plazo, y con el propósito de tener unas relaciones más equilibradas, requiere invertir en infraestructura y capital humano para ser menos vulnerable a los avatares de la política doméstica venezolana. Es una deuda pendiente. Esto, sin embargo, será simplemente la cuota inicial, en la que el componente de la asimetría económica, no parece tener, por ahora solución a la vista. Una cosa es cierta, la vecindad perdurará, a pesar de sus gobiernos.
Francesca Ramos Pismataro
Redintercol - U. del Rosario