Es imposible pasar por alto lo que significan los actos escenificados la semana pasada, cuando se firmaron los primeros cinco contratos relacionados con el programa de vías de cuarta generación, más conocido como 4G. Las ceremonias tuvieron lugar en las diferentes regiones del país que se van a ver beneficiadas con la construcción de carreteras que mejoran de forma radical las actuales y en cuyo desarrollo se invertirán unos 6,2 billones de pesos.
Si a esos proyectos se le agrega el que se suscribe en estos días, correspondiente a la hechura de la llamada perimetral de Cundinamarca, el total sube a 7,5 billones de pesos. Y si antes de acabar el 2014 se adjudican los tramos que siguen pendientes en el cronograma de este año, la suma se acercaría a los 11 billones de pesos.
Lo anterior, claro está, no quiere decir que el comienzo de las obras sea inminente. Faltan pasos fundamentales como el cierre financiero que les permita a los firmantes tener los recursos que necesitan para completar los ambiciosos emprendimientos definidos. No menos importantes son otro tipo de permisos, incluyendo aquellos de corte ambiental.
En ese sentido, las autoridades deben iniciar un proceso de acompañamiento que es fundamental para que todo lo que se ha fijado como meta, acabe llegando a feliz término. En la medida en que este sea exitoso se podrá no solo romper los cuellos de botella que impiden que el país avance sustancialmente en materia de infraestructura, sino también darle una mano al crecimiento económico nacional.
Tal como lo han expresado diferentes analistas, el volumen de la inversión proyectada es de tal magnitud que la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto podría subir en más de un punto porcentual por año durante el lustro que termina en el 2020. De manera complementaria, hay encadenamientos industriales fundamentales, al igual que una importante creación de puestos de trabajo que se mide en decenas de miles de plazas.
Debido a ello, no hay espacio para equivocaciones. Descalabros como algunas de las concesiones pasadas o el del túnel de La Línea, que empieza una etapa incierta, comprueban que entre los anuncios y las realizaciones hay una brecha amplia en Colombia. Y que no siempre lo que empieza bien, acaba bien.
Ricardo Ávila Pinto
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