A primera vista no es fácil entender las razones por las cuales el Partido Republicano no solo mantuvo su liderazgo entre los votantes en las elecciones legislativas del martes, sino logró conquistar la mayoría en el Senado, consolidando su poderío en el Capitolio en Washington. Y es que más allá de la polarización, la economía estadounidense anda bien y no existen crisis graves que ameriten la actitud de la ciudadanía.
Sin embargo, las encuestas dejan en claro que Barack Obama tiene un problema de popularidad. Ante esa situación, los candidatos de la bancada de oposición trataron de convertir la cita de hace dos días en una especie de referendo sobre la manera en que la Casa Blanca maneja las cosas. Por lo visto, la estrategia tuvo resultados.
Todavía es muy difícil saber cuáles son las implicaciones prácticas de que el Presidente tenga a sus enemigos políticos mandando en el Congreso. Por ahora, se escucharon los consabidos llamados a encontrar una senda común y a trabajar de forma constructiva.
El problema es que a la hora de la verdad, las barreras ideológicas de siempre vuelven a aparecer. Debido a ello, más de un observador se muestra pesimista sobre la posibilidad de que la administración logre impulsar cualquier iniciativa importante, en áreas tan importantes como la salud y la inmigración.
Siempre está abierta, además, la posibilidad de una confrontación abierta. Esta llevaría a Obama a vetar las iniciativas que le lleguen del Legislativo y los parlamentarios de la oposición a forzar al mandatario a sancionar determinadas leyes. En último término, cada bando estará mirando lo que le conviene para conservar o retomar el Poder Ejecutivo en el 2016, pues la de ahora fue una batalla, pero el desenlace de esta guerra se encuentra todavía pendiente.
Ricardo Ávila Pinto
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