Como si fuera una película de suspenso, el final de la crisis que paralizó parcialmente al Gobierno federal de Estados Unidos y puso a la economía más grande del mundo al borde de una moratoria en sus pagos de deuda, se resolvió poco antes de que el reloj marcara la hora definitiva. Una vez se firmó en la Casa Blanca la ley que permite que todo vuelva a la normalidad hasta comienzos del próximo año, las cosas retomaron ayer su curso.
Superada la emergencia, viene ahora el análisis sobre los costos que tuvo el episodio, cuyo origen fue el ala más radical del Partido Republicano, empeñada en darle entierro de tercera categoría a la reforma de salud que en su momento Barack Obama sacó adelante.
Para comenzar, los analistas hablan de los miles de millones de dólares perdidos por cuenta de los altibajos que experimentaron los mercados de valores. Otros mencionan que el impacto sobre el Producto Interno Bruto norteamericano podría quitarle unas décimas al crecimiento del año. No faltan tampoco los que afirman que el daño se verá en el largo plazo, pues los grandes tenedores de títulos de deuda del Tío Sam, como es el caso de Japón y China, empezarán a diversificar sus portafolios.
Las cábalas se extienden, así mismo, a la arena política. Tanto las encuestas como los expertos en estas materias sostienen que los republicanos fueron por lana y salieron trasquilados. No solo es probable que la ciudadanía les cobre su audacia dentro de un año, cuando haya elecciones legislativas, sino que la colectividad quedó fracturada por dentro.
Pero si bien hubo perdedores, es difícil argumentar que alguien salió ganando. El motivo es que la cantidad de platos rotos fue tanta, que la cuenta será compartida entre muchos. Y todo, sin que haya una solución definitiva.
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