A pesar de que lo diga el refrán, existen ocasiones en las cuales la calma no viene después de la tempestad. Eso es lo que ha ocurrido en Europa, después de que el paquete de ayuda a Irlanda por 85.000 millones de euros quedara definido.
A pesar del compromiso de las naciones que integran la Unión Europea, del apoyo del Fondo Monetario Internacional y de la voluntad del Gobierno en Dublín de adoptar un duro compendio de medidas de ajuste, los inversionistas creen que el esfuerzo no es suficiente.
Y lo que es peor, el pesimismo se ha contagiado a los bonos emitidos por otros países. La lista, contra lo que pudiera pensarse, no termina con Portugal y España. También los índices de riesgo de la deuda de Italia o Bélgica se han deteriorado. Incluso los papeles alemanes, que son considerados los de mayor calidad, han perdido terreno.
Todo lo anterior ha ocasionado el retroceso del euro frente al dólar. Si a comienzos de noviembre la moneda comunitaria se cotizaba en 1,40 frente a la estadounidense, ayer el cierre fue de 1,30, lo cual representa un deterioro notable en tan poco tiempo. El meollo del asunto radica en la falta de credibilidad de las autoridades en Bruselas.
A pesar de haber ensamblado un fondo descomunal para ayudarles a sus socios en problemas, la teoría es que uno o dos golpes adicionales serían insostenibles. No hay que olvidar que entre Grecia e Irlanda ya se han girado 200.000 millones de euros y el dinero no es infinito.
En último término, lo que está en entredicho es la supervivencia de la moneda común. Cada vez más personas le apuestan a que, más allá del desenlace de la crisis, los días del euro están contados y que tarde o temprano habrá que volver al pasado.
Por ahora, Francia y Alemania harán lo imposible para que eso suceda, pero habrá que ver si esa voluntad se impone al comportamiento de un mercado cada vez más escéptico.