Las escenas de júbilo que se vieron desde la noche del domingo en diferentes ciudades de Estados Unidos lo dicen todo. Por fin, al cabo de casi diez años de búsqueda, el terrorista más buscado del planeta cayó bajo las balas de un pequeño grupo de comandos que tuvo a su cargo una operación que requería precisión quirúrgica.
Ese fue el castigo que la nación más poderosa del mundo le infligió a Osama bin Laden, fundador de Al Qaeda, la organización responsable del derribamiento de las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del 2001, y de otros atentados mortales en Washington y ciudades de Asia y Europa.
La agresión en territorio norteamericano fue determinante para la marcha del mundo en lo que va del nuevo siglo. Tanto el envío de tropas a Irak y Afganistán, como el aumento en la seguridad en sitios públicos y aeropuertos, tienen su génesis en lo sucedido en esa oportunidad. Incluso, el hecho de que los recursos del Plan Colombia se pudieran utilizar para enfrentar a las Farc –algo que no era claro cuando se lanzó el programa de ayuda de Washington a finales de los noventa– fue resultado de la guerra global contra el terrorismo.
Ese caso sirve para demostrar que, a pesar de que el territorio nacional se encuentra a miles de kilómetros de distancia de la ciudad paquistaní de Abottabad, lo que sucede en esas latitudes también afecta la vida de los colombianos.
Por tal motivo, es válido preguntarse lo que viene, pues si bien el cuerpo de Osama bin Laden descansa en las profundidades del mar, donde fue sepultado por la marina estadounidense, quedan sus discípulos, ansiosos de venganza. De ahí que sea necesario mantener la guardia en alto para evitar sorpresas que trastornen la paz y la economía global.