Cuando en la Cumbre de las Américas, que tuvo lugar en la caribeña Trinidad y Tobago en el 2009, un todavía sano Hugo Chávez le regaló a Barack Obama un libro, la noticia apareció en todos los medios. Se trataba de una copia de Las venas abiertas de América Latina, cuyo autor, Eduardo Galeano, falleció este lunes en Montevideo.
Durante décadas, el volumen en cuestión fue una especie de biblia para la izquierda de la región. La obra examina el devenir del hemisferio y tiene que ver tanto con la explotación de sus recursos como con la manera de ejercer el poder político por parte de las élites, sin olvidar las potencias internacionales. Para sus defensores se trató de una denuncia del imperialismo al cual se le puede atribuir parte de nuestro atraso.
La fortaleza de los planteamientos hechos llevó a que el texto fuera proscrito en el Cono Sur. En épocas de dictaduras militares, las afirmaciones consignadas fueron vistas como una apología de la revolución. Incluso el propio Galeano estuvo detenido en Uruguay y se vio obligado al exilio.
De manera inesperada, el autor volvió a ser noticia en el 2012 cuando asistió a una feria del libro en Brasil y sostuvo que lo que había escrito cuatro décadas atrás ya no representaba su pensamiento. En pocas palabras, su argumento fue que no se podía comparar lo dicho cuando tenía 31 años con lo que la experiencia lo llevaría a expresar ahora.
Lo anterior no implicó un arrepentimiento, sino una evolución. Lejos de encasillarse, Galeano aceptó que la izquierda no había sido infalible en su manejo de los asuntos públicos y que había cometido errores costosos. Semejante sinceridad le pudo caer mal a los dogmáticos, pero volvió a demostrar cuántos kilates tenía un hombre que mereció hasta el fin admiración y respeto.
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