Hasta hace muy pocos días parecía que los negros nubarrones que se cernían sobre Europa, empezaban a disiparse. Tanto el apoyo de las entidades comunitarias a los países más endeudados, como la adopción de estrictos programas de austeridad habían logrado convencer a los mercados de que lo peor había quedado atrás.
Debido al paulatino regreso de la confianza, las cotizaciones en bolsas como las de Londres, Fráncfort o París, empezaron el 2013 con pie derecho. En forma paralela, los índices de riesgo de la deuda soberana mostraron tendencia a la baja, lo cual permitió millonarias colocaciones de bonos a costos muy inferiores a los observados el semestre pasado.
Sin embargo, nadie contaba con que el espectro de una crisis política arruinara una fiesta que apenas comenzaba. Y eso fue precisamente lo que sucedió en España, tras las revelaciones que vinculan a la cúpula del Partido Popular, actualmente en el gobierno, de haber recibido pagos ilegales en efectivo durante años. Como si eso fuera poco, el propio Mariano Rajoy ha sido acusado, un cargo que el dirigente ibérico ha negado con vehemencia.
Aunque la presente administración cuenta con una cómoda ventaja en el Parlamento, es indudable que su capacidad de impulsar reformas ha recibido un fuerte golpe. Con un desempleo superior al 26 por ciento, la ciudadanía vuelve a ver en sus dirigentes prácticas reprochables, que se han traducido en manifestaciones de protesta.
Para completar, los vientos provenientes de Italia tampoco son tranquilizadores. Los sondeos más recientes muestran que el exprimer ministro Silvio Berlusconi ha recortado distancia, con miras a las elecciones de este mes. Puesto de otra manera, si en Madrid llueve, en Roma tampoco escampa.