Todavía los analistas se preguntan si la operación que anunció ayer Facebook, relativa a la adquisición del servicio de mensajería WhatsApp por la suma de 19.000 millones de dólares es una locura o una jugada estratégica genial.
Para quienes piensan lo primero, no hay nada que justifique el precio mencionado, pues aún si los 450 millones de usuarios con que cuenta la compañía, creada en el 2009, pagan el dólar anual que, en teoría, se les debería cobrar tras 12 meses de uso gratis de la aplicación, recuperar el dinero de la inversión tardaría 20 años.
En cambio, los defensores de la adquisición sostienen que se trata de una apuesta hacia el futuro que fortalecerá la base de clientes de Facebook y le permitirá tener fuentes alternativas de ingresos. Al fin de cuentas, WhatsApp tiene una penetración de 45 por ciento en el mundo y su ritmo de incorporación de suscriptores es de un millón de personas por semana.
Mientras ese dilema se define, es evidente que la competencia por la preponderancia en digital sigue al rojo vivo. En la medida en que el uso de teléfonos inteligentes se populariza, el apetito por servicios casi gratuitos como el de la mensajería no ha hecho más que aumentar y con este el interés de los anunciantes, que pueden utilizar vehículos expeditos para llegarle de manera inmediata a una gran masa de gente en los más diversos rincones del globo.
Lo ocurrido, además, es un mensaje de alerta para las empresas concentradas en modelos más tradicionales. Por cuenta del éxito de WhatsApp y aplicaciones similares como Viber, Rakuten y WeChat, las compañías de telefonía celular dejaron de recibir miles de millones de dólares en mensajes de texto. Puede ser que a los servicios de voz, les suceda algo parecido.
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