A la compleja realidad del Medio Oriente, en vilo por cuenta de la situación en Siria, en donde han muerto más de 25.000 personas como consecuencia de una guerra civil no declarada desde hace año y medio, hay que agregar un elemento más.
Se trata de las tensiones entre Ankara y Damasco, después de que Turquía respondiera con un bombardeo a la muerte de varios civiles que fueron impactados por morteros disparados al otro lado de la frontera.
No es la primera vez que sirios y turcos tienen problemas, pero indudablemente las tensiones siguen subiendo. Tanto, que hostilidades todavía mayores se han convertido en una posibilidad real.
Y aunque esa eventualidad probablemente sería el puntillazo definitivo para el régimen de Hafez-al-Asad, hay otros peligros latentes.
El más serio de todos es que el balance de seguridad en la zona cambie. Aparte de las conocidas diferencias entre Israel e Irán, de los líos de Irak y del convulsionado clima en Egipto, ahora gana terreno el escenario de un conflicto que podría atraer a otras potencias.
No en vano, el primer ministro turco solicitó el apoyo de la Otan, en la que están representadas tanto Estados Unidos como las principales naciones europeas.
Si bien imaginar una guerra es extremo, no se puede olvidar que la zona es terreno fértil para las conflagraciones.
Los ejemplos abundan, y cuando se tienen en cuenta las posiciones de China y Rusia, la probabilidad de que aumente la temperatura es alta.
Si eso afecta al mercado de productos básicos, y, en particular, la cotización del petróleo, es algo que se verá pronto. Pero, por ahora, hay que registrar con preocupación que una situación que ya era mala, empieza a empeorar.