Colombia se puede dar por bien servida. Al desecarse el pantano reeleccionista han florecido mil capullos. Y no de cualquier forma, como se ha dado en algunas repúblicas plataneras, sino ordenadamente, con un repertorio de opciones sensatas y, como lo soñó alguna vez un gran colombiano, con un acuerdo sobre lo fundamental.
Don Sancho Jimeno celebra. El héroe de Bocachica contra los franceses en 1697 sufrió en su Cartagena de ultramar las angustias de una sangrienta guerra dinástica entre clanes europeos rivales. En Colombia las estocadas son verbales. Cada quien tendrá sus preferencias dentro del digno ramillete que aspira a suceder a un gran presidente cuyas múltiples imperfecciones -humanum est- no alcanzan a opacar la gestión que rescató al país del caos.
La reconocen todos los presidenciables, desde los que se cubren con su manto hasta los que cuestionan ásperamente aspectos del mandato de Álvaro Uribe o simplemente aseguran que lo harán mejor. Importante constatar que a todos los candidatos les repugna la revolución. Divergen mesuradamente sobre el papel del Estado en la sociedad, pero reafirman que, como lo expresó Max Weber, "el Estado se extiende hasta donde llega su monopolio de la fuerza". Ninguno quiere dejar escapar la soberanía recuperada. Eso ya es ganancia.
Elecciones presidenciales con segunda vuelta están demostrando ser un acierto constitucional. En un país de dramática evolución en ingresos, educación, oportunidades y demografía es saludable que los electores tengan alternativas. Ya llegará la hora de focalizarlas, puesto que no gobierna sino un presidente. Mientras tanto, hay para casi todos los gustos.
Grato, además, constatar la calidad de las opciones. Habrá estilos que para algunos rechinen, habrá corbatas arrugadas, habrá roces mediáticos y metidas de pata, pero prima la sensación de que los candidatos presidenciales estudian la problemática nacional, y tanto ellos como sus asesores saben de qué están hablando cuando exponen soluciones. Caben por supuesto matices, y ninguno, no faltaba más, las acierta todas, pero las fallas no saltan a la vista. Hay que buscarlas.
Más aún, nadie es improvisado. Nada de niñitos con ínfulas sabiondez jugando a la novedad. Los candidatos llegan a la palestra con un bagaje de experiencia, fogueados en escenarios de crisis y con evidentes deseos de servicio, que no son incompatibles con legítimas ambiciones de poder. Es de tolerantes el saber perdonar los embuchados populistas, inevitables en la milimétrica cacería de votos.
¡Ha suerte la de Colombia! No en todas las democracias abunda el talento en el ámbito político, ni existe la posibilidad de decantarlo antes de la elección final. Contar con una amplia escogencia dentro de un espectro moderado -sin Mein Kampf y sin Revoluciones Bolivarianas- es, sin lambonería, una bendición. Colombia renguea, y particularmente durante los últimos tiempos se la diría además manca y tuerta, aunque no inválida.
Al Legislativo habría todavía que cernirlo con un cedazo fino, y no con el de la Corte Suprema que es un instrumento burdo, pero para la Presidencia el variado elenco nacional motiva sana envidia, allende las fronteras.
Don Sancho se niega a revelar simpatías. Se limita a sostener que con uno que otro, quizá al país le iría menos bien. Mal, en ningún caso. Nada de hecatombes.