La región registra una serie de transformaciones sociales que no pueden interpretarse parcialmente y mucho menos ignorarse. No solo por lo que significan en la vida de su población, sino por sus repercusiones en la economía regional, las políticas públicas y la consolidación de la democracia.
Un informe del Banco Mundial plantea que “tras tres décadas de estancamiento, la población de clase media en América Latina y el Caribe ha aumentado en 50 por ciento –de 103 millones de personas en el 2003 a 152 millones (o un 30 por ciento de la población del continente) en el 2009”. Asimismo, es evidente que en este periodo también disminuyó la pobreza, al pasar del 44 por ciento al 30 por ciento. Para la región en su conjunto, el número de pobres, por primera vez, se iguala al de la clase media, cuando hace 10 años, el porcentaje de pobres equivalía a 2,5 veces el de las clases medias.
Excelente noticia, sin duda. Pero, ahora, en estos países, los sectores de población no ricos se dividen entre pobres, vulnerables y clases medias. Por pobres se entienden aquellos que viven con US$0 a US$4 al día), vulnerables aquellos que viven con US$4 a US$10 al día y que están en grave peligro de “caer en episodios de pobreza porque no tienen suficiente seguridad económica”, y clase media, los de US$10 a US$50 al día). Sin entrar en la discusión metodológica que ya ha generado serios debates, es muy relevante no solo esta nueva clasificación, sino su evolución reciente.
Como se observa en la gráfica, mientras la pobreza cae significativamente, la clase media y la vulnerable están creciendo. Los sectores vulnerables pasan de representar aproximadamente el 33 por ciento de la población en 1995 al 38 por ciento en el 2010, y la clase media pasa del 20 por ciento a cerca del 30 por ciento en el mismo periodo. Pero, “los vulnerables constituyen el segmento más importante de la población”.
El crecimiento económico explica, en buena medida, el nuevo escenario en el cual, lo más destacable, es la reducción de la pobreza. Las famosas transferencias condicionadas han aliviado la situación de los pobres, aunque no lograron su gran objetivo de moverlos hacia las clases medias. Hoy, son menos pobres, pero siguen siendo vulnerables. Es decir, la tarea está a medio hacer y se requiere, por consiguiente, una nueva estrategia de desarrollo, novedosa, en la cual no se pierda lo ganado, pero se reconozca que se necesita más si se quiere perder la condición de ser una región profundamente inequitativa. ¿Será la hora de retomar la universalidad, la solidaridad y la equidad como principios fundamentales de la política social? ¿Será la hora de reconocer el contenido social de las políticas económicas?
Colombia también está viviendo esta transformación social, pero de manera demasiado lenta, si se compara con países similares: pobreza exageradamente alta, 37 por ciento, frente a 7 por ciento de Chile y 17 por ciento de México; población vulnerable en niveles similares, 36 por ciento, frente a Chile, 31,4 por ciento, México, 36,7; y clase media muy reducida, 25 por ciento, Chile, 53 por ciento, y México, 42 por ciento. La euforia del crecimiento de la clase media en Colombia es, por consiguiente, mucho menos justificada.
Mientras para América Latina el grueso de su población es vulnerable, lo cual ya es suficientemente preocupante, en Colombia, el 73 por ciento de la población es pobre y vulnerable, la clase media no llega a la cuarta parte y el 2 por ciento es rico y muy rico. Lejos estamos de ser un país de clase media.
Ante este panorama, lo que el Gobierno plantea como punto de llegada amerita discusión: pobreza de 12 por ciento, clase media 47 por ciento y vulnerables de 33 por ciento, casi igual proporción que la actual. ¿No se dan cuenta de lo peligrosa que es esta meta? Como Familias en Acción es, según ellos, el pilar de su política social y su principio de subsidios focalizados, y viviendas gratis para los más pobres son el grueso de esta estrategia, bajan la pobreza y creen, opuesto a la evidencia, que ellos se saltarán la categoría de vulnerables para convertirse en clase media. Por el contrario, si no analizan las necesidades de los vulnerables, rápidamente caerán en la pobreza. Mejor empleo, ingresos decentes y políticas sociales universales, que es lo que requieren estos grupos, siguen en capilla. Su oferta educativa es deficiente, los servicios de salud, a pesar de la universalización de carnets, es pésima, y queda por verse lo que suceda con la nueva reforma pensional.
Colombia no es un país de clase media, sino de población pobre y vulnerable. Por ello resulta particularmente pertinente este debate, ahora que se plantea una reforma al sistema pensional. Si la solidaridad del nuevo esquema es limitada, recae sobre la pequeña clase media, no toca a los sectores privilegiados, desconoce a los vulnerables y solo busca apoyar a los más pobres, lejos estará de los objetivos que plantea.
Hablemos ya de un nuevo contrato social, de manera que, como dice el Banco Mundial, los pocos de la clase media no se empiecen a sentir privilegiados y se vuelvan tan insolidarios como los ricos. Y si, como señala la Cepal, son los ingresos laborales los que permiten el ascenso a la clase media, la política económica también debe revisarse seriamente.
Cecilia López Montaño / Exministra - Exsenadora