Si algo quedó demostrado con las pasadas elecciones para presidente en Colombia, es que el proceso de paz con las Farc no se ha socializado lo suficiente por parte del Gobierno de Juan Manuel Santos.
La mitad del país cree que la negociación con ese grupo guerrillero es la manera de conseguir una paz duradera, mientras que la otra mitad cree que esta se consigue derrotando a la guerrilla: o en el plano militar o en una mesa de negociación.
La experiencia en resolución de conflictos enseña que si un proceso de paz no tiene el suficiente apoyo de la sociedad civil, este puede fracasar durante la negociación o cuando se esté implementando lo acordado, tal como sucedió con el acuerdo entre Israel y Palestina firmado en Oslo en 1993.
Lo sucedido en las elecciones fue un campanazo de alerta de la tarea que le queda por hacer al Gobierno para socializar el proceso de paz, ya que es paradójico que una negociación bien estructurada y tal como la aconsejan los expertos para estos casos (por fuera del país, con una agenda precisa, con participación de la sociedad civil, sin cese al fuego, con discreción, con la sola falla de no haber utilizado mediadores), no tenga la confianza de la mayoría de los colombianos.
Los expertos aseguran que para solucionar un conflicto como el colombiano, por su duración, complejidad y dureza, es necesario involucrar a toda la población civil, y por esto se creó el método de ‘Diplomacia a diferentes niveles’, el cual plantea nueve niveles en los cuales se debe trabajar para lograr ese apoyo de la sociedad civil.
John McDonald, uno de los creadores de este método y fundador del Instituto para la ‘Diplomacia a Diferentes Niveles’, puso en el primer nivel a las partes involucradas directamente (en este caso, Gobierno y Farc), después van desde el sector privado, las instituciones religiosas, los centros educativos y los medios de comunicación, hasta el ciudadano común y corriente (el más importante).
Aparte de los beneficios materiales (en términos económicos y de desarrollo) que trae un acuerdo de paz para el país, para los expertos, el principal valor es la posibilidad de volver a construir el tejido social de las sociedades afectadas mediante procesos de reconciliación y perdón.
Ya que, como asegura el investigador Andrew Rigby, “una cultura de venganza y violencia reproduce los odios de ayer a las generaciones del mañana y estas se manifiestan en la vida diaria: el colegio, el trabajo, la casa, etc.”.
Y Colombia es experta en esto: desde el mismo momento de su independencia generó violencia. Primero fueron las guerras entre centralistas y federalistas, después la partidista que dominó la primera mitad del siglo XX, para dar paso a la de las guerrillas, a la del narcotráfico, a la de los paramilitares, y ahora con la de las Bacrim. “Todas son la misma violencia, pero con diferente nombre”, asegura el experto en resolución de conflictos Camilo Azcarate.
Es esa violencia la que ha vuelto a la sociedad colombiana más intolerante y sin ningún respeto por el otro ni por su vida. La que ha afectado la vida diaria y que hace pensar que todo se tiene que resolver mediante el insulto, la ofensa, los golpes, el cuchillo y el revólver.
Porque como lo sostiene el profesor Peter Coleman, de la Universidad de Columbia en Nueva York, “El conflicto polariza y traumatiza de manera perpetua a la sociedad, la cual comienza a ver la violencia como algo normal”.
Por su parte, los investigadores Natt J. Colleta y Michelle Cullen, en un estudio sobre los conflictos en Camboya, Ruanda, Guatemala y Somalia, descubrieron que los conflictos civiles “destruyen las normas y los valores que hacen posible la acción colectiva por el bien común y potencia las posibilidades de conflictos”.
Para romper con ese ciclo de violencia perpetua que traen consigo los conflictos armados a las sociedades, los expertos explican que la única posibilidad es hacerlo mediante un proceso integral de reconciliación que incluya “verdad, misericordia, justicia y paz”, como lo propone el profesor Jean Paul Lederach, y esto se logra mediante acuerdos y no con la derrota y, menos, con la humillación del otro.
Al hablar de humillación del otro, se refiere el profesor Roger Fisher, el gurú en negociaciones, a hacer ver y sentir al adversario como un perdedor. Está comprobado que la derrota y la humillación no llevan a una reconciliación, sino a que los rencores queden agazapados y se intensifiquen, esperando el momento para resurgir y crear un nuevo conflicto, aún más violento que el anterior.
Con un acuerdo de paz, la sociedad colombiana aprendería que la única forma de solucionar los problemas no es mediante la derrota o el exterminio del otro, sino mediante el diálogo y el consenso. Con una educación para la paz, se aprendería a ver al opositor, como eso, y no como un enemigo al que hay que destruir personal, sociológica o físicamente.
Un acuerdo con las Farc no traería una paz inmediata, pues un país que se ha forjado en 200 años de guerra no es posible volverlo pacífico en una generación, pero es un buen comienzo.
Pedro Miguel Vargas Núñez
Subeditor Portafolio