Interesante y enriquecedora resulta la lectura del libro de Piketty, El capital en el siglo XXI (¿?). Desgraciadamente, presenta algunas anomalías y desmesuras.
1. No es conveniente apoyarse en Piketty –citarlo– para hablar de Ricardo y Marx. Sus apreciaciones son equivocadas. “El principio de escasez” que le imputa al primero, brilla por su ausencia en sus textos. El dicho ‘principio’ solo adquirirá ese estatuto 50 años después, con Walras. Es más, hay consenso, contrario a lo que postula Piketty, de una tendencia estacionaria en la teoría ricardiana. Y respecto a Marx, es un despropósito achacarle “el principio de acumulación infinita (sic)”, formulación totalmente contraria al énfasis siempre puesto por Marx en la historicidad. ¿Acaso no les reclamaba a los economistas clásicos su empeño en ‘eternizar’ las categorías económicas?
2. En lo concerniente a ‘las leyes’, y esta es una crítica más decisiva, el asunto resuena a impostura. “La primera ley fundamental del capitalismo” es solo (él lo reconoce) una fórmula tautológica; es decir, una proposición que siempre es verdadera. Pero así no se produce conocimiento alguno acerca del mundo económico. Si seguimos a Kant, es necesario que el entendimiento actúe sobre los fenómenos (‘data’) provenientes de la experiencia. O bien, si nos ceñimos a Popper, crítico del neopositivismo (El Círculo de Viena), esa sentencia, la pretendida ‘ley’, no es susceptible de controversia, de falsabilidad (siempre es ‘verdadera’), por lo tanto debe descartarse del campo de los conceptos científicos. En relación con “la segunda ley fundamental del capitalismo”, que privilegia “el ahorro” y lo vincula aritméticamente con el crecimiento (pag. 187 ), Piketty escamotea la verdadera causalidad procesal: la inversión reproductiva; además, la susodicha ley la combina artificialmente con un crecimiento de la población no siempre contributivo a la riqueza.
Es curioso, lo ‘esencial’ del régimen de producción capitalista no es abordado como lo amerita; nunca se puede olvidar que su proceso fundamental es el de la reinversión productiva de una parte del excedente económico (ingresos menos costos) de manera reiterativa y sistemática, bajo la forma privada. Esto es lo que constituye la diferencia específica frente a otras épocas económicas, a otros regímenes de producción, y es la explicación principal del crecimiento, no así el ahorro. Recuérdese la importante distinción que exigía Keynes, ante los clásicos y neoclásicos, de los agentes ahorradores e inversionistas, con sus ‘lógicas’ diferentes.
3. Esa falta en la utilización de ese concepto, lleva a Piketty a cometer excesos en el tratamiento de las series históricas, que privilegian la mera aritmética frente a la naturaleza de las épocas históricas distintas, aplanando las curvas y de esta manera menospreciando las fluctuaciones, las transformaciones y las ‘rupturas’ históricas. Esa carencia, la del criterio de la reinversión del excedente económico, no le permite periodizar la historia del capitalismo, el que arranca de las transformaciones sucedidas a finales del siglo XVIII (no de 1700), época del take off, para usar el término de Rostow y cuya cita no es de buen recibo, pero dice la verdad. El libro pretende ser histórico-económico, empero adolece, como hemos visto, de una periodización conceptual, pues pasa por alto épocas históricas fundamentalmente distintas: regímenes esclavistas, feudales, períodos de transición, despegues y fases diferentes en su desarrollo histórico. Así como también el no tener en consideración el papel fundamental de las innovaciones económicas (Schumpeter) en la expansión del capitalismo, y de las fases de poder y dominio de los sectores económicos, de las riquezas. Por ejemplo, hoy nos encontramos en la fase de ‘la financiarización’, etc. En otras palabras la ‘riqueza’ siempre asume formas distintas dependiendo del régimen de producción en el cual se inscribe y en las distintas fases de su desarrollo.
4. En lo que respecta a la demografía, lo atrae –casi que lo obnubila– solo el crecimiento, sin preocuparse por demarcar las épocas históricas demográficas, en donde sí hay ondas largas (pienso en Braudel) no determinadas, como equivocadamente creía Marx, directamente por los regímenes de producción. Su historia es específica. El crecimiento resulta del balance entre la mortalidad y la natalidad. Fecundidad y morbilidad son los dos campos con determinaciones diferentes. A grosso modo, hay una fase de alta fecundidad en épocas precapitalistas. Hay una onda larga de alta fecundidad, por un lado, y de alta mortalidad que sigue ciclos impredecibles, generados, además de las enfermedades sin cura conocida, por los tres grandes flagelos (Sauvy): epidemias (pestes), hambrunas y guerras. En el siglo XX se da un fenómeno extendido respecto a la contracepción, pues fuera de la laicización, la población mundial tiene a su disposición los medios técnicos para controlarla. De todas maneras, el supuesto de la alta correlación entre el crecimiento demográfico y el crecimiento económico es digno de sospecha, no alcanza a ver que el primero puede contribuir a la reproducción e intensificación de la pobreza, además, el crecimiento poblacional de China, muy lento en los últimos años, contrasta con su impresionante desarrollo económico. Es una prueba en contrario relevante.
Finalmente, la conclusión general nos lleva a desconfiar de las determinaciones históricas; Piketty en cierta forma lo acepta. La historia, para bien, es contingente porque es humana. Ello no implica el desconocimiento de tendencias peligrosas: como el crecimiento demográfico explosivo, el deterioro acelerado del medio ambiente y la concentración del poder en pocas mentes. Llamar la atención sobre este último peligro, que pone en tela de juicio la paz y la democracia, es uno de los aportes de una cierta lectura del libro de Piketty.
Juan F. Echavarría Uribe
Analista