A principios del siglo XX, al creciente número de oficinistas que llenaban los rascacielos de Nueva York les fue otorgado el título de trabajadores de ‘cuello blanco’, para contrastarlos con las ropas raídas y sudorosas de los obreros de las fábricas y los mineros de las canteras de la época.
Desde entonces, la tendencia a otorgar colores a los cuellos de distintas profesiones se viene haciendo cada vez más frecuente. Quienes se dedican a labores manuales se les ha designado como de ‘cuello azul’, por el color característico del denim, que se utilizara en los uniformes de las fábricas a mediados del siglo pasado. En los años 70 se denominó de ‘cuello rosa’ a las mujeres trabajando en el sector de servicios, y los ambientalistas fueron rápidamente identificados como los de ‘cuello verde’. En los 80, los yupis del sector financiero fueron etiquetados como ‘cuellos dorados’, y a la generación de retirados que fuera la base de la mano de obra de la economía de posguerra, se les conoce como la de ‘cuello gris’.
Y entonces, ¿quiénes son los de cuello naranja?
Richard Florida, urbanista estadounidense recientemente reconocido como uno de los pensadores más influyentes del mundo, hizo famoso el surgimiento de una ‘clase creativa’: una clase de personas que viven y reproducen sus talentos en aquellos lugares en los que el acceso a tecnología y el ambiente de tolerancia son adecuados. Por su parte, dos expertos británicos, Charles Landry y John Howkins, introdujeron, respectivamente, los conceptos de ‘ciudad creativa’ y ‘economía creativa’. Las primeras son las urbes, donde los creativos quieren ‘vivir, trabajar y jugar’. Las segundas comprenden un conjunto de actividades basadas en la producción y explotación de la propiedad intelectual; un sector que representa el 6,1 por ciento del Producto Interno Burto mundial (2005), que equivale actualmente a unos 4,3 billones de dólares, comparables al 120 por ciento de la economía de Alemania o dos y media veces el gasto militar mundial.
Quienes trabajan y hacen parte de este sector, suelen vestirse de manera informal y vanguardista, por lo que son denominados también como ‘sin cuello’. Para nosotros son los ‘cuello naranja’, en reconocimiento a la especial relación entre este color y la cultura en este y oeste, en norte y sur.
En Latinoamérica y el Caribe, contamos hoy con más de 10 millones de estos trabajadores, empleados en actividades artísticas y patrimoniales como teatro, artes visuales, artesanías y museos; en las industrias culturales que incluyen televisión, música y editorial, y en las creaciones funcionales como publicidad, diseño y moda. Juntos generan anualmente una producción de 175 mil millones de dólares, y exportan 18 mil millones de dólares. De estas exportaciones, la tercera parte se comercia entre países de la región, mientras que casi la totalidad de las dos terceras partes restantes se dirige a Estados Unidos y la Unión Europea.
Por su parte, la economía naranja de Colombia emplea más de un millón 160 mil personas que aportan el 3,3 por ciento del PIB y generan 815 millones de dólares en exportaciones anuales.
Somos el hogar de 107 millones de jóvenes entre 14 y 24 años, y a lo largo de las dos últimas décadas, nuestras familias han invertido tiempo y dinero en desarrollar sus talentos. Diez millones de estos jóvenes van a sumarse a la fuerza laboral cada año. Muchos argumentan que la mejor manera de aprovecharlos es imitar el modelo de urbanización e industrialización seguido por los tigres del sudeste asiático. Fallan en reconocer que ya somos la región más urbanizada del planeta después de Europa occidental, y que nuestros niveles de industrialización ya son relativamente altos. Tendremos que ser mucho más creativos si queremos aprovechar nuestro bono demográfico en una era de tecnologías disruptivas.
¿Cómo nutrir, entonces, el talento de nuestras gentes y aprovecharlo para beneficiar a toda la sociedad? Ese es el gran reto. El trabajo de académicos como Néstor García Canclini y Germán Rey, iniciativas como Santiago Creativo y el Centro Metropolitano de Diseño, desarrollos institucionales como la Cuenta Satélite de Cultura de Colombia, hoy convertida en herramienta común a lo largo de la región en Argentina, Chile, Costa Rica, México y Uruguay, son algunos ejemplos. Hasta Estados Unidos ha empezado a trabajar en su propia cuenta satélite de cultura. ¿Será esta la primera mejor práctica de carácter institucional para una cooperación ‘sur-norte’?
Podemos darles a nuestros jóvenes talentosos el reconocimiento que se merecen. O podemos perder la oportunidad de ser protagonistas en una economía del conocimiento global. Aún tenemos la posibilidad de sumarnos a la revolución digital, si le damos a nuestros ‘cuellos naranjas’ la oportunidad de liderarnos al futuro.
*En Colaboración con Felipe BuitraEl poder de los ‘cuellos naranja’ en la región: una oportunidad infinita
Iván Duque Márquez
Exjefe de la División de Cultura, Solidaridad y Creatividad del BID.
En Colaboración con Felipe Buitrago, consultor económico del Centro Cultural del BID.