El aumento en los precios de bienes importados ha generado insatisfacción entre una clase media que ha venido creciendo en tamaño y poder adquisitivo en los últimos años. El dólar barato permitió que muchas personas viajaran más y adquirieran productos del exterior a buenos precios para mejorar sus vidas. Ahora, un dólar más caro, sin duda alguna reduce la posibilidad de planear viajes al exterior y de tener esas experiencias de bienestar que venían mejorando el optimismo económico.
Sin embargo, una tasa de cambio más alta también puede ofrecer beneficios que tal vez no han sido identificados plenamente o discutidos con la misma emotividad (o más bien frustración) y que tampoco han sido aprovechados de forma efectiva hasta ahora.
En una columna anterior (Exportaciones del país: lo ‘bueno’ está por llegar), comentábamos que la tasa de cambio no puede ser vista como una verdad absoluta que rige el destino de nuestras exportaciones. Pasado un semestre de constante devaluación, un análisis detallado del comercio exterior de algunos sectores nos puede ayudar a entender en qué medida nuestras exportaciones han sido afectadas por la tasa de cambio y en qué medida han fluctuado debido a otros factores.
En primera instancia, analicemos las exportaciones de bienes primarios. En este segmento, las exportaciones de chatarra y materiales ferrosos revelan algo interesante. Si bien la devaluación debería incentivar una mayor venta de estos productos a mercados externos, hoy existe otro factor aun más poderoso que la devaluación que no ha permitido que este sector despegue: el precio internacional del acero. Desde finales del año pasado, los países asiáticos, principales demandantes de materiales ferrosos, han venido reduciendo la demanda por estos productos. Esto incluso pudo haber sido interpretado como una primera señal de un descenso en la producción de China, que en las últimas semanas generó una devaluación de su moneda, generando un coletazo en las bolsas de todo el mundo. En este contexto, la influencia negativa del precio internacional y la baja demanda por materiales de producción, simplemente han anulado cualquier beneficio que pueda ofrecer la devaluación del peso. En este orden de ideas, los exportadores de chatarra han optado por acumular el material, esperando a que el precio internacional se recupere, o han decidido venderlo localmente a siderúrgicas nacionales a precios relativamente competitivos.
En el caso del banano, en el primer semestre de 2015 hemos visto las exportaciones en contenedores crecer un 5 % con respecto al mismo periodo del año anterior. En 2014 los factores climáticos no favorecieron a Colombia, pero en 2015 el clima ha afectado a otros productores regionales como Costa Rica. Esto ha permitido que nuestra oferta surja como alternativa para cubrir la demanda internacional, principalmente de los mercados europeos. Aquí lo importante es aprovechar los ingresos adicionales que ofrecen este tipo de coyunturas, que llegan en un momento de dólar alto, para invertir en modernizar la industria y hacer nuestra producción más eficiente, de manera que logremos convertir un buen momento en un incremento de competitividad definitivo.
Algo similar ocurre con el café, cuya perspectiva ha cambiado radicalmente en tan sólo dos años. El café colombiano es realmente una marca muy bien posicionada a nivel mundial. Durante 2015, los volúmenes de exportación han crecido y con cada tasa de café colombiano adicional que se consume en el exterior, la tasa de cambio definitivamente está dejando un sabor más dulce para nuestros exportadores. Pero teniendo en cuenta las dificultades que el sector afrontaba hace muy poco, cabe preguntarnos, ¿qué estamos haciendo para que la dulzura de la tasa de cambio se traduzca en más eficiencias para el sector? y ¿qué inversiones estamos haciendo para fortalecer la cadena de valor y no depender de manera exclusiva en la imagen emblemática de nuestro producto insignia?
Mientras el ciudadano del común sigue anhelando que baje la tasa de cambio para poder recuperar el acceso a bienes importados a precios competitivos y para poder viajar a destinos internacionales, en dónde próximamente no nos pedirían visa, para nuestros exportadores el momento actual no es para anhelar sino para actuar. La competitividad de nuestra infraestructura no puede ser vista únicamente como el estado de las carreteras o los puertos. La infraestructura también consiste en las instalaciones de cada una de nuestras empresas y en los pasos que éstas tomen para mejorar su cadena de producción, incrementar su capacidad y aumentar su eficiencia.
Este es el momento para prepararnos para el siguiente ciclo económico. Después de todo, si algo debería estar muy claro para nuestra economía es que ni las crisis ni las bonanzas duran por siempre.
Juan Camilo Vásquez
Gerente de Ventas Maersk Line Colombia