Siempre que se piensa establecer una nueva empresa, de inmediato surge la irremediable pregunta: ¿Y de dónde saldrá el dinero? Y así comienza una cadena de vacilaciones que llega a arruinar muchas aventuras empresariales que hubieran podido tener éxito. Es más, por lo general los emprendedores en potencia suponen que el gran obstáculo para crear empresa está en el dinero, sobretodo en la consecución del capital inicial.
La sentencia de mi tía: “Mijo, hágalo que la plata es lo de menos”, tiene plena vigencia en los emprendimientos, incluyendo los que se hacen en Colombia.
Curiosamente, la práctica de las aventuras empresariales demuestra que el dinero, con muy pocas excepciones, no es el recurso escaso y que, por el contrario, este puede llegar a manifestarse en abundancia.
Los emprendimientos son un asunto más de imaginación que de capital, y el viejo adagio corporativo que reza “utiliza tu cabeza no tu dinero” se aplica de pleno al proceso de financiación de las nuevas empresas. Un emprendedor, tal vez como consecuencia de los pocos recursos con que cuenta, trata de suplir con talento y creatividad esa falta de capital. Para decirlo claro: gasta imaginación más que recursos.
En el entorno del emprendimiento existe una curiosa forma de ilustrar este punto: Un pequeño empresario no compra nuevo algo que pueda adquirir usado. Sin duda, no lo comprará usado, si lo puede alquilar o arrendar. Pero no lo alquilará si alguien se lo presta. Si de pronto surge la posibilidad de hacer un trueque por algo que ya no le sirve, no lo va a prestar. Y si lograr reparar algo que no servía, desistirá del trueque. Y finalmente si lo puede conseguir regalado no tendrá necesidad de gastar energía en la reparación.
Y es precisamente por esta carencia de capital y abundancia de ingenio los emprendimientos suelen trabajar en pequeñas escalas y con puntos de equilibrio bajos, y así competir con las grandes corporaciones. Aquí construyen parte de su ventaja comparativa.
Existen muchas formas de explicar la génesis de un emprendimiento, pero una de las más aceptadas es la que afirma que está asentado en tres grandes ingredientes: el proyecto, el emprendedor y el dinero, los cuales se pueden explicar así:
Proyecto: Como habrán podido notar, se ha sustituido la tradicional palabra idea por proyecto. Un proyecto, en su nacimiento, comienza con un sueño que se convierte en idea y después en proyecto. Si quieres construir algo, primero tienes que soñarlo y esa ilusión la tienes que concretar en una idea. Y cada vez más los emprendedores saben que tienen que transformar esa idea en un proyecto. En el lenguaje académico, a ese proceso se le denomina la elaboración del plan de negocios. Por eso nuestro empeño en trabajar con base en proyectos, más que con simples conceptos.
En el mundo existen muchas ideas, pues una extensa característica del hombre contemporáneo es su imaginación. Pero proyectos hay menos, porque no son muchas las personas que acometen ese trabajo y, en consecuencia, con el tiempo las ideas pierden su valor. Note que sin un proyecto es difícil dar respuesta a interrogantes fundamentales como: ¿Cuánto se puede vender? ¿Cuánto se pretende ganar? ¿Qué clase de recursos se necesitan? ¿Qué volumen de capital se requiere? ¿Cuáles son las perspectivas a largo plazo? Si no se tiene esta información, se tendrán muchas dificultades para poder vender la idea a los interesados.
Emprendedor: En el universo de los negocios, se proclama que los expertos no invierten en ideas ni en los proyectos, sino en el emprendedor. Si el proyecto no resulta, un buen emprendedor le dará la vuelta y lo hará funcionar. Entonces no tiene mucho sentido valorar demasiado los proyectos, sino más bien el equipo emprendedor que está detrás.
Desafortunadamente, la realidad muestra que existe déficit de verdaderos emprendedores. Nuestras observaciones confirman que la gente -y mucho más los profesionales-, prefieren la seguridad de un empleo que la libertad de un emprendimiento. Mucho se ha estudiado este fenómeno y se han intentado dar algunas explicaciones, pero todo indica que una de las principales causas es el tipo de educación que se imparte a los estudiantes en las universidades y escuelas de negocio. El sistema educativo actual está enfocado en la formación de los futuros empleados y directivos de grandes organizaciones, pero no es el más apropiado en el arte de sembrar y desarrollar el espíritu emprendedor entre sus estudiantes.
Capital: Un proyecto con el soporte de un emprendedor, con la suficiente pasión y entusiasmo, jamás tendrá limitación de capital. El mundo actual tiene liquidez en abundancia, está saturado de inversores con suficiente capital, las ideas de nuevos negocios las encontramos silvestres en el camino. Pero un proyecto con un emprendedor capaz de ‘morir’ por él, es algo mucho más escaso y eso es lo que buscan los nuevos inversionistas del siglo XXI. En el medio financiero se sabe que cada vez es menos rentable el capital que se deposita en un certificado a término en los bancos comerciales, muchos accionistas ya no quieren destinar todo su dinero al juego de la bolsa o la finca raíz y sí ha surgido un grupo cada vez más fuerte de inversionistas que esperan participar en proyectos con potencial, con personas fervorosas detrás, para ayudar a sacarlos adelante y de paso ganar enormes retornos sobre su inversión. Este es el capital paciente e inteligente que quisiera tener todo emprendedor.
El recurso escaso de las nuevas aventuras empresariales es un emprendedor con la fuerza, el conocimiento y la persistencia que le permitan concretar el proyecto de un negocio. Las ideas y el capital son recursos relativamente abundantes. Por eso la educación superior tiene que reenfocar sus objetivos y forjar más emprendedores, para solucionar la paradoja colombiana de ser un país con mucho trabajo y con muy poco empleo.
Fabio Novoa Rojas
Director y profesor del área de Dirección de Producción, Operaciones y Tecnología INALDE Business School.