Los acontecimientos en Libia me recuerdan imágenes triunfantes de Muamar Gadafi cuando, a comienzos de los años ochenta, estuvo de visita oficial en Lomé, capital de Togo.
Era la época del régimen dictatorial de Gnassingbé Eyadéma, quien supo movilizar distintas capas socio-profesionales para hacer un seto humano para Gadafi desde el aeropuerto hasta el palacio presidencial, con el fin de demostrarle su afecto, igual que el de su pueblo, y dinamizar la acogida de este rais de la revolución libia.
Recuerdo el personaje, de pie en su carro blindado, cuando pasó a unos metros del estudiante de escuela primera que yo era, mientras que, siguiendo las instrucciones oficiales, gritaba como los demás: “¡Al Gadafi, Asalamaleikum! ¡Al Gadafi, Asalamaleikum!”.
Hoy estoy atestiguando la caída del rais que moldeó la política exterior de Libia más en función de sus intereses mezquinos que de un interés nacional.
Teniendo en cuenta las transformaciones padecidas por dicha política, estas líneas se centran en algunos cambios de orientación de la misma desde el continente africano y sus articulaciones con el resto del mundo.
En los años noventa, y por diferentes razones, Gadafi empezó a orientar la política exterior de su país hacia horizontes ajenos al mundo árabe.
Entre los argumentos expuestos se destacan el bombardeo estadounidense a Trípoli de 1986 –acusado de terrorismo mundial–, su presunta implicación en el atentado de Lockerbie de 1988 y el ataque contra el avión DC-10 de la compañía UTA en 1989.
Precisamente el hecho de que los líderes árabes le dieran la espalda a Gadafi cuando la ONU lo sancionó por su responsabilidad en el atentado de Lockerbie determinó el viraje radical de su política exterior hacia el panafricanismo, bajando la intensidad de su combatividad, que hacía de él un ferviente defensor del panarabismo.
Entonces, el jefe de la Jamahiriya de Libia ha ido tejiendo sus ambiciones expansionistas maquilladas de panafricanismo y dobladas de proselitismo religioso.
Particularmente, de un lado, expresa su admiración a los padres del panafricanismo como Kwame Nkrumah y, por otro, apuesta por la expansión de la religión musulmana en la región subsahariana fundamentalmente. En ambos casos, el manejo de los recursos derivados del comercio del petróleo se vuelve una herramienta potente de política exterior:
Gadafi no duda en condicionar su ayuda económica al país beneficiario con favorecer la expansión musulmana mediante la construcción de mezquitas, por ejemplo.
Prueba de ello es que la mezquita de Kampala (Uganda), denominada Mezquita Nacional Gadafi, es construida con fondos libios y es considerada la mayor mezquita del África subsahariana.
Con el propósito de apoyar al desarrollo de los países africanos, Gadafi invirtió en negocios y proyectos muy diversos que le han permitido forjar alianzas y ganar influencia y notoriedad en el continente.
Sin embargo, en el seno de la Unión Africana (UA), el personaje es excéntrico, polémico y contradictorio; y siembra recelos derivados del carácter ambivalente de su liderazgo panafricanista, con marcas de autoritarismo que se refleja en sus excesos y expresiones paternalistas. Igualmente, como presidente de un país que se ha convertido en polo importante de atracción migratorio en África, Gadafi no se ocupó de políticas migratorias serias a favor de la integración social de los inmigrantes, oriundos cada vez más de del África subsahariana.
Hoy, tras 42 años de régimen autoritario en Libia, Gadafi se enfrenta con la rebeldía interna apoyada por las grandes potencias occidentales, cuyos intereses, pretensiones y acciones, articuladas por la Otan, buscan legitimidad con el llamado de esta rebelión local y las definiciones del Consejo de Seguridad.
Ahora, la ofensiva rebelde, marcada por disputas de las potencias por los negocios de la reconstrucción y del petróleo, avanza cada día más con el fin de derrocar a Gadafi.
Si bien el carácter ‘imperialista’ de este intervencionismo internacional es nefasto para el futuro del país, cabe resaltar que Gadafi pactó años atrás con estas mismas potencias procurando escapar al aislamiento en el cual se encontró al finalizar los ochenta.
Los defensores del radicalismo pacifista deben entender también que Gadafi ha facilitado la operación de esta intervención extranjera en Libia, al no querer liberar las expresiones de libertad en su país.
Es más, en África ha implementado el expansionismo ‘gadafista’ (o ‘imperialismo libio’) mediante su poder económico y su afán de proselitismo religioso.
Por tanto, cada vez hay más actores políticos africanos que reconocen al Consejo Nacional de Transición, cuando vocifera fuertemente: ¡que muera el rey!.
Maguemati Wabgou
Universidad Nacional de Colombia
Miembro de Redintercol