Muchas empresas caen en la trampa de pensar que la volatilidad de las tasas de cambio nominal es un asunto de agites pasajeros que con el tiempo se desvanecen. Desafortunadamente, en términos de fluctuaciones de tasas de cambio, después de la tempestad nunca viene la calma.
Con una creciente interrelación de los países que mueven el comercio mundial, es imposible esperar que algún día la dinámica de las tasas de cambio de corto plazo se comporte de manera estable y predecible. A las monedas que se transan por estas operaciones de bienes y servicios se suma un vertiginoso y disperso flujo de enormes capitales que flotan de país en país, al vaivén del desempeño económico, incertidumbres, expectativas, especulaciones y las políticas económicas de esas naciones. Siempre habrá coyunturas de turno que marquen el pulso de los movimientos de las tasas de cambio a raíz de cambios importantes en la oferta o la demanda de las monedas de los países.
Durante el boom de los precios de los ‘commodities’ del 2002 al 2014, en los países latinoamericanos, incluyendo a Colombia, los exportadores de esos productos registraron un gran incremento de sus ingresos por las ventas al exterior, coincidiendo con la llegada de capitales atraídos por diferenciales de tasas de interés favorables para los inversionistas ante las bajas tasas de Estados Unidos.
Así las cosas, en el mercado cambiario colombiano abundaron los dólares, lo cual presionó durante ese periodo una destacada revaluación del peso frente a la moneda norte americana. Lamentablemente, muchos pensaron que esa tendencia era perpetua, hasta se volvió popular la expresión, ‘la revaluación llegó para quedarse’, en tal sentido múltiples empresas tomaron deuda de largo plazo en dólares, sin precauciones ante una eventual reversión en la tendencia de la tasa de cambio, y hoy pasan un mal rato por el fuerte incremento del valor de las obligaciones en pesos.
Claramente, nadie esperaba, con certeza, una sostenida sobreoferta de petróleo en el mundo a raíz de las nuevas tecnologías de explotación de Estados Unidos y la política de la Opep de no bajar su ritmo de producción. Tampoco se veía, con seguridad, la desaceleración continuada de China, acompañada de la devaluación del yuan, y, por supuesto, con una moderada recuperación de la economía estadunidense el mundo ha estado expectante de un próximo cambio en la política de tasas de interés bajas que la FED tiene desde el 2007.
Este tipo de incertidumbres y aparentes sorpresas no dejaran de estar latentes, es parte de la evolución del sistema de economía de mercado, en la cual los desequilibrios internacionales hacen parte inherente del sistema. De hecho, prácticamente hay consenso en que los modelos teóricos para pronosticar las tasas de cambio nominal no pasan de ser débiles esbozos conceptuales del impacto promedio que tienen en las tasas de cambio las balanzas de pagos, la inflación, las tasas de interés, la productividad de la economía y las decisiones de los bancos centrales e inversionistas.
Es así como, los movimientos de dicha tasa en Colombia durante los últimos años han dejado desconcertado a analistas, hacedores de política y operadores del mercado de divisas. En esa dirección, ningún exportador o inversionista colombiano que se esté favoreciendo de la actual tendencia devaluacionista debería de estar en una zona de confort, pensando que esa situación será infinita o que alguien, anticipadamente, le vaticinará hasta cuándo se sostendrá.
Afortunadamente, los mercados financieros ofrecen instrumentos para cubrirse no solo de los cambios de tendencias de las tasas de cambio, sino también de esos altibajos llamados volatilidades, ocasionados por las noticias, la especulación, las ordenes de los fondos de pensiones e inversiones y las movidas para suavizar turbulencias del Banco de la República.
Los derivados financieros resultan ser una alternativa sensata y cada vez más asequible para las empresas colombianas, expuestas a las fluctuaciones de la tasa de cambio. Su utilización no debería ser de forma casual y espontánea, sino sistémica y permanente, ha de ser el eje central de una política de gestión de riesgo corporativo, que siempre espera lo mejor, pero se prepara para lo peor.
Los contratos derivados de tasa de cambio garantizan pagar o recibir unos pesos específicos por cada dólar en una fecha futura, independiente del nivel que tenga la tasa de cambio en el momento venidero. Ese tipo de cobertura puede fácilmente marcar la diferencia entre el éxito o quiebra de una compañía.
Los bancos, ‘brokers’ internacionales y la Bolsa de Valores de Colombia ofrecen varias alternativas a la medida de distintos tamaños de empresas y su perfil de riesgos. Esos instrumentos van desde contratos bilaterales no bursátiles, llamados Forwards, hasta las opciones, que son una especie de seguro bursátil del que se paga una prima para garantizar una tasa de cambio fija y se ejerce en un momento posterior al que se establece el contrato, si ello resulta mejor que comprar o vender los dólares en el mercado de contado.
En suma, las empresas del país con exposición cambiaria, no tienen excusas para considerar la estructuración sistemática de coberturas con derivados, como parte integral de su política de gestión de riesgos y así protegerse de las impredecibles oscilaciones de la tasa de cambio.
En un próximo artículo se profundizará en la descripción de los distintos derivados de tasa de cambio peso dólar en el contexto de la actual devaluación.
Iván Darío Arroyave A.
Expresidente de BMC