En Copenhague, la Conferencia Científica Internacional sobre Cambio Climático urge acción inmediata. Se ha montado una industria alrededor de modelos para pronosticar catástrofes, con mucho dinero para prevenirlas. Tanto, que las predicciones se transforman en dogma y se excomulga a los disidentes. Como mínimo les acusan de estar al servicio de contaminadores, que en lenguaje ecólogo es como en otra época llamar fascista a quien no comulgara con Moscú.
De cuando en vez surgen contradictores o por lo menos escépticos sobre las bondades de la cruzada climática. Uno de ellos, que ha hecho mucho ruido por su estatura intelectual e integridad, es Freeman Dyson, físico e inquilino desde hace décadas de un exclusivo club del pensamiento, el Instituto de Estudio Avanzado en la Universidad de Princeton.
Freeman duda de la fiabilidad de los modelos climáticos. Los cuestiona por insuficiencia de observaciones y superficialidad teórica, y porque toman en cuenta parcialmente fenómenos atmosféricos y niveles de las aguas, pero ignoran la complejidad biológica del aire, los suelos y la vegetación. Dice que la verdad científica está tan profundamente escondida que lo que se espera que suceda, las más de las veces no ocurre. Todo puede pasar admite, pero no compra que, llueva, nieve, truene o relampaguee, todo sea, hasta los fríos inusitados, responsabilidad del calentamiento.
No existe ecosistema óptimo. La vida es cambio. De ahí que Dyson le busque el lado bueno a la abundancia de gas carbónico (CO2). Al fin y al cabo la mayor parte del ciclo evolutivo de los seres vivientes ocurrió en un ambiente de mayor concentración que la actual. Pero su máxima herejía es sostener que el hombre, para su supervivencia, tiene derecho a modificar la naturaleza.
Mas allá de cuestionamientos científicos, el físico de Princeton se pregunta si conclusiones dependientes de modelar el clima por computador con su secuela de predicciones apocalípticas no distraen de problemas más angustiosos e inmediatos. Se corre para gastar ingentes recursos que bien podrían emplearse en causas nobles más evidentes. Hay muchas razones, admite, para preferir la energía solar al carbón o los hidrocarburos, excepto una fundamental: la energía que producen es más barata. Y el mundo pobre requiere energía económica para salir de pobre. Para ese propósito por cierto, el cacareado etanol no encaja.
A Bjorn Lomborg, otro científico escéptico, no le salen las cuentas.
Las enormes sumas que se pretenden destinar a disminuir modestamente la concentración de CO2 en la atmósfera quedarían mejor invertidas en investigación para desarrollar rápidamente artefactos que capturen el gas o tecnologías que no lo generen.
Don Sancho hubiese simpatizado con los dogmáticos. En la ciudad que trató de defender de la invasión desde los bastiones de Bocachica en 1697 no había cabida para disidentes. Habría aplaudido la docta replica a evidencia contraria al calentamiento contenida en un reciente informe: "las investigaciones que se basan en temperaturas combinadas del océano a partir de diferentes tipos de instrumentos parecían colectivamente reflejar enfriamiento, pero cuando se examinan los instrumentos individualmente no hay enfriamiento". ¡Ajá! En su apogeo la Inquisición se encargaba de poner a buen recaudo a los refractarios, como fuera.
rsegovia@axesat.com
Ni me salven ni me condenen
Las enormes sumas para disminuir la concentración de CO2 en la atmósfera quedarían mejor invertidas
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Redacción Portafolio
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