El ritual del aumento anual del salario mínimo es invariable: los gremios hablan de un aumento cercano a la inflación, los sindicatos piden uno de varias veces ésta, y después de que se suspenden unas ‘negociaciones’ que nunca han existido, el Gobierno fija una cifra algo mayor que la de los gremios. Normalmente, los gobiernos de turno han fijado esta cifra con prudencia, pues hay clara conciencia de que ceder a tentaciones populistas puede iniciar un espiral inflacionario potencialmente muy dañino. Esta vez, sin embargo, la reciente devaluación justifica un aumento mayor en el salario mínimo.
Por un lado, la devaluación de alrededor de 50% en los últimos doce meses necesariamente tendrá un efecto sobre la inflación. Como las importaciones equivalen a más de un 10% del PIB, al combinar las dos cifras se encuentra que su aporte a la inflación podría ser del orden de 5%. Pero como los precios internacionales han bajado, particularmente los de los derivados del petróleo, el impacto inflacionario probablemente estará sólo entre un 3 y 4%. Esto no suena muy alto, pero más que duplicará la inflación proyectada por el Banco de la República, lo que indudablemente detonará su pánico.
Como, por orden del FMI, el mandato constitucional del Banco de la República es exclusivamente combatir la inflación, éste solamente se ocupa de ella y hace caso omiso de los daños que sus medidas puedan causarles a la economía y al desarrollo del país. Daños que frecuentemente son graves, ya que su respuesta automática a cualquier eventualidad es subir los intereses y, si es posible, paralizar la economía. Y eso hará otra vez ahora.
Con el fin de evitar el daño que el Banco de la República nuevamente va a ocasionarle al país, es indispensable que en esta oportunidad el Gobierno cambie el guion del ritual del ajuste del salario mínimo y que esta vez decrete un aumento muy superior a la inflación. Con esto se generaría un aumento en el ingreso disponible de millones de colombianos que sería más real e inmediato que cualquier otra medida que se proponga para estimular la economía.
Por el otro lado, es claro que la reciente devaluación ha fortalecido la competitividad del sector productivo nacional, el que exporta y el que no exporta. Esto abre espacio a que los bienes y servicios locales tengan hoy una mayor demanda potencial, y para aprovecharla se necesita más capacidad adquisitiva, mayor consumo interno. Todo el sector productivo se beneficiaría con el impacto positivo en la economía local de un aumento del salario mínimo por encima de la inflación.
Hoy, desde el punto de vista de su competitividad, tiene toda la capacidad de hacerlo.
Con seguridad, los teóricos de siempre se rasgarán las vestiduras y dirán que este aumento es inflacionario. Pues si tanto les preocupa la inflación, debieran insistir en que se controle el desbocado gasto público, que es el verdadero peligro. Es mil veces preferible que todos los trabajadores reciban algún beneficio de la nueva posición competitiva del sector productivo a que los frutos de ésta se desvíen a aumentar el volumen de la mermelada que se reparte entre unos pocos.
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¡Nos salvamos! Con el triunfo de Maurice Armitage, Cali tendrá la tranquilidad de que se continuará con el manejo pulcro de la ciudad que se iniciara con Rodrigo Guerrero. ¡Qué alegría no regresar al manejo turbio e incompetente que sufrimos con sus antecesores!
Emilio Sardi