Goldman Sachs y Morgan Stanley son los dos sobrevivientes principales en la debacle del 'modelo' de los bancos de inversión independientes en el centro financiero de Wall Street, Nueva York. A fines del 2008 ambas instituciones anunciaron que se convertirían en bancos supervisados por la Reserva Federal de Estados Unidos, financiados en alguna medida por operaciones de depósito del público, pero con más capital como proporción de su balance total y con acceso a la ventanilla básica de préstamos del banco central.
Esta transición está por verse, y de hecho el Senado gringo está inmerso en un fuerte debate sobre la reforma financiera que ha propuesto el Gobierno para darle comienzo a una nueva era de las finanzas norteamericanas y mundiales.
Entre tanto, Goldman Sachs ha sido objeto en los meses recientes de una ráfaga de críticas por su comportamiento antes del estallido de la crisis financiera y durante los últimos dos años; un comportamiento que muchos observan como marcado por la deslealtad con sus clientes y el favorecimiento primordial a los intereses de sus administradores y accionistas: Los viejos trucos. Ahora parece haberle llegado el día del juicio a esta estrella de Wall Street.
El 16 de abril la Comisión de Valores e Intercambio de Estados Unidos (SEC) acusó ante los tribunales civiles a Goldman Sachs de haber estafado a un número de inversionistas al haber omitido y distorsionado información clave sobre un producto financiero atado a las famosas hipotecas 'subóptimas' en Estados Unidos.
Según la SEC, Goldman Sachs creó y puso en venta una Obligación de Deuda Sintética y Garantizada con Colateral" (CDO) cuyo rendimiento e integridad dependían del desempeño en el mercado de determinados valores respaldados con hipotecas de alto riesgo. Este instrumento recibió el sugerente nombre de Abacus.
La información más sensible, que no fue revelada a los inversionistas es la siguiente: los administradores de un importante fondo de cobertura (hedge fund) jugaban un papel central en la selección de los activos 'subóptimos' que estaban detrás de Abacus. De hecho, dicho fondo de cobertura, denominado Paulson & Co., le pagó 15 millones de dólares a Goldman Sachs para que creara Abacus y lo promoviera en el mercado de valores. Esto ocurrió en abril del 2007.
En la práctica, Paulson escogía los activos que conformaban este CDO, en un obvio conflicto de interés. Pero la actitud más fraudulenta, según la acusación de la SEC, consistió en lo siguiente: Paulson vendió en el mercado, a futuro, títulos de Abacus, con la expectativa de que su precio iría a caer por causa de la caída del mercado hipotecario y de finca raíz.
La táctica de Paulson consistía en adquirir dichos valores a menor precio y así hacer una ganancia en su propio balance. A este fondo le iba mejor mientras más se desvalorizara Abacus, cuyos componentes eran seleccionados por el propio Paulson. Mientras tanto, los demás inversionistas en Abacus tuvieron que registrar una pérdida patrimonial por la desvalorización de sus títulos.
El desenlace de esta corta novela es el siguiente: en octubre del 2007 el 83 por ciento de los valores subyacentes en Abacus habían sido rebajado en su calificación por las agencias calificadoras de riesgo. Para enero del 2008 este porcentaje había subido al 99 por ciento. Los inversionistas perdieron más de mil millones de dólares. Entre estos hay varios bancos europeos y entidades financieras asiáticas.
Si la autoridad supervisora logra que la justicia civil condene a Goldman Sachs, este podría ser el cierre definitivo de un periodo de la historia económica. Nuevos aires reguladores tendrán que soplar en todas partes.