Los esfuerzos por revertir la desindustrialización, acelerada por la competencia china, han alcanzado a Estados Unidos, donde los esquemas de apoyo estatal que usaron en el pasado y que fueron adoptados por otros países industriales (de Alemania a Corea) están de regreso. Esta resurrección de la política industrial, por la cual los estados compiten por inversión industrial, más allá de lo que hace el gobierno federal, ha estado acompañada de dos fenómenos:
1. Del lado de la dinámica productiva está teniendo lugar un boom de inversión industrial, que incluye no solo repatriación de actividades de compañías americanas, que emigraron a China durante la fase de outsourcing, sino Inversión Extranjera Directa de multinacionales (chinas, japonesas, alemanas); un proceso acelerado por ganancias en competitividad en costos (descenso del de energía y ascenso de laborales en China), así como por otros factores de competitividad estratégica (cercanía al mercado, universidades, innovación).
2) Del lado de la visión de la ventaja competitiva sectorial se ha recuperado la conciencia de que sectores estratégicos tienen excepcionales ventajas, en términos de externalidades tecnológicas y efectos multiplicadores productivos, entre los cuales si bien la industria manufacturera sigue teniendo un peso abrumador, esas ventajas se extienden también a actividades del sector servicios (incorporación de las TIC, que siguió a la tercerización que acompaña dicha desindustrialización).
El reciente trabajo de Brookings sobre Advanced Industries en la economía americana erosiona aún más la presunción (criticada en la columna Potato chips vs. computer chips) de que da lo mismo para el desarrollo de un país que se especialice en producción de chips para computador que en la de papas fritas.
Pero, las dificultades que se enfrentan al diseñar e implementar una política industrial son formidables, no solo porque la normatividad comercial (OMC y tratados) ha reducido su margen de acción, sino también porque las asimetrías que debe superar una aglomeración productiva para integrarse en las redes productivas y tecnológicas globales se han incrementado, como resultado de los vertiginosos procesos de innovación tecnológica y organizacional (modularización y outsourcing), que han incrementado las exigencias de capacidades tecnológicas para lograr integrarse. Esta situación, que hace inviable la política industrial para sus críticos, la hace aún más necesaria para sus partidarios, pues patentiza la necesidad de un agente que coordine formas de acción colectiva en la implementación de mecanismos que aceleren y focalicen la acumulación de capacidades, con el fin de que la aglomeración alcance el nivel requerido por esa integración.
Dos características y cinco elementos (discutidos en el libro Elementos de política de desarrollo productivo, Colciencias) diferencian la nueva política industrial. Esta se caracteriza porque se centra no en la protección en los mercados de productos (demanda), sino en el apoyo a la acumulación de capacidades en los mercados de factores (oferta); y no se restringe al sector industrial, sino incluye el espectro de advanced industries del terciario, intensivas en TIC.
Los cinco elementos incluyen que la política industrial debe: crear condiciones favorables a las decisiones empresariales de inversión, fomentar economías de red y aglomeración en clústeres regionales, favorecer la integración de las pymes, dinamizar la difusión de las TIC, y no puede limitarse a instrumentos genéricos horizontales, sino debe implementar criterios de selectividad vertical. Supuesto que no se niega, que no todos los sectores tienen las ventajas de las advanced industries, que las capacidades son especializadas y que los recursos para desarrollarlas son escasos, es al definir estos criterios que surge la polémica entre recursos naturales abundantes versus una combinación de dinámica tecnológica y comercial internacional y desarrollo de capacidades locales y de clústeres y cadenas.
La primera posición es la que subyace a la reprimarización de la estructura de la producción y de las exportaciones que ha tenido lugar en la región, de la cual la minero-energética colombiana es paradigmática. De una parte, estamos quienes hemos señalado que esta tiene costos para el desarrollo tecno-productivo de largo plazo (enfermedad holandesa), pues el traslado de recursos del sector primario al secundario, que acompaña el crecimiento económico se revierte, regresando recursos al sector primario, lo cual es costoso, porque en el ramo industrial (y en el resto de las advanced industries) se concentran una serie de mecanismos y procesos (aprendizaje e innovación tecnológicas, externalidades, economías de red y de aglomeración, rendimientos crecientes estáticos y dinámicos) que lo hacen un poderoso motor de crecimiento y desarrollo para la economía, por serlo de la acumulación de capacidades a la base de estos.
De otra, están quienes niegan estas características y sostienen que los recursos naturales ofrecen las mismas posibilidades dinámicas en materia tecnoproductiva. Y están los que, teniendo claras esas ventajas de la industria, consideran que, siendo realistas, la única salida que deja la competencia china es desarrollar actividades intensivas en conocimiento en la producción de commodities. Discusión fundamental a la cual la conciencia reflejada en la noción de advanced industries puede contribuir definitivamente.
Ricardo Chica
Consultor en Desarrollo Económico