Decir que la situación en Venezuela es complicada es algo que suena a lugar común. Al fin de cuentas, el país vecino ha experimentado años de deterioro que se expresan tanto en los indicadores que miden el desempeño de la economía, como en el retroceso del clima de seguridad que ha hecho de Caracas una de las cinco ciudades más violentas del planeta.
Aun así, es imposible evitar una reacción ante los hechos de la semana que termina, cuando otra vez las calles de la capital venezolana se tiñeron de sangre. La muerte de al menos tres manifestantes empañó el desarrollo de una jornada en la cual la constante fueron las protestas en contra del régimen.
Las causas del inconformismo son evidentes. Aparte de la inseguridad, hay una escasez de productos de primera necesidad que va en aumento, tal como lo reveló el índice del propio banco central. Artículos que forman parte de la dieta diaria, al igual que elementos de limpieza o medicamentos, se han vuelto más difíciles de conseguir, como consecuencia de un faltante crónico de divisas que continúa empeorando.
Como si eso no fuera suficiente, la inflación sigue su marcha a pasos agigantados. En enero, el aumento en los precios superó de lejos el nivel del 3 por ciento, con lo cual el acumulado de los últimos 12 meses asciende a más del 56 por ciento, uno de los registros más elevados del mundo.
Adicionalmente, la falta de dólares ha ahogado todavía más al sector privado. Aparte de que no hay cómo pagar las importaciones, las deudas estatales con todo tipo de compañías, desde productoras de alimentos hasta aerolíneas, no han hecho más que aumentar.
Ante esa realidad, se escuchan de manera creciente los calificativos que tildan la situación de insostenible. En respuesta, la administración de Nicolás Maduro parece haber escogido el camino de la represión, que incluye la censura a los medios, lo cual es un pésimo síntoma sobre lo que puede venir.
Ricardo Ávila Pinto
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