No fue tranquilizador el veredicto de los expertos con respecto a la salud de la economía mundial, emitido durante la celebración de la asamblea anual conjunta del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, celebrada en Lima durante la semana que termina. Las proyecciones de los técnicos de ambas entidades, elaboradas de forma independiente, confirmaron que la desaceleración continúa, tanto a nivel global como regional.
Si bien es cierto que las peores emergencias parecen haberse evitado, pues la probabilidad de una debacle generalizada es relativamente baja, lo anterior no puede entenderse como un parte de tranquilidad. Todo lo contrario. El planeta no gana tracción y se mantiene en una velocidad mediocre que no es suficiente para solucionar los múltiples interrogantes que persisten en materia económica y social.
Para comenzar, los países más ricos crecen a niveles cercanos al 2 por ciento anual. Europa dejó la recesión atrás, pero todavía no arriba al punto al cual llegó a finales del 2007, cuando la crisis financiera internacional apenas se insinuaba. Incluso Estados Unidos muestra síntomas de debilidad, que ocasionan más de un ceño fruncido.
Por su parte, los emergentes siguen ralentizándose. El actual es el quinto año consecutivo en el que el desempeño es inferior al del periodo anterior. Uno de los principales causantes es China, que apunta a una expansión inferior al 7 por ciento en 2015, ocasionando turbulencias que se sienten en todos los rincones del planeta.
Los platos se han quebrado, sobre todo en América Latina. La región que hace poco era considerada como la más atractiva del hemisferio sur, ahora está en problemas. Venezuela, Brasil y Ecuador se encaminan a una caída, mientras que Perú, Chile y Colombia andan a media máquina. Centroamérica camina mejor, pero eso no sirve para mejorar unas perspectivas que no son buenas.
Ricardo Ávila Pinto
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