Vi las imágenes de la implosión que atomizó un edificio en el Barrio Alameda, sector donde la renovación urbana instalará el ambicioso proyecto Estación Central. Y no creo que haya mejor alegoría de lo que le ha pasado a Bogotá. Como si una carga demoledora se le hubiera metido entre sus sueños, la ciudad ha visto cómo se derrumban su calidad de vida, su imagen, su civismo, su cultura ciudadana, el orgullo de morar en la capital.
La metrópoli que fue al comenzar el siglo, hoy es un amasijo de congestión, inseguridad y deterioro, un territorio donde todo el mundo hace lo que le da la gana, una mixtura de desilusión y fracaso que nos ha devuelto en el tiempo, dejándonos la sensación de haber perdido una gran oportunidad. Que no solo era nuestra sino de nuestros herederos. ¡Ojalá nos perdonen por la ruina que les hemos legado, por el tesoro que nuestra negligencia ha despilfarrado!
Sí, así es. Y no es un capítulo de ciencia ficción, ni un aparte de la zaga de Mad Max. Es la ciudad que nos embate todos los días, que nos expulsa de sus otrora peatonales andenes, que nos agrede con el insolente galimatías de jerarquías dispersas e ilegales que han dejado prosperar la falta de autoridad, el capricho, la pérdida del camino.
Y dirán quienes hasta aquí han seguido la lectura: “ya viene este a denostar de las tres administraciones del polo-progresismo-izquierda o lo que sea”, a quejarse de Petro, a apostarse en el careo de clases sociales que se ha estimulado perversamente en la ciudad.
Pues, no. No veo allá los responsables. Bogotá está como está porque quienes vivimos acá hemos abdicado la ciudadanía. Hemos renunciado al derecho de decidir nuestro destino. Hemos clavado pico y cabeza en la tierra para no tener que comprometernos en la acción. Y desde hace más de una década declinamos en otros la posibilidad de otorgar mandatos y nos hemos conformado con el triste papel de las plañideras, la función de los quejosos, el menester de la letanía. Mientras tanto… bueno, mientras tanto…
Por eso es tan importante que despertemos y que el 25 de octubre, en pocos días, asumamos el poder que dan las democracias. No es posible que 5 de cada 10 habitantes de la ciudad afirmen que no votarán en las elecciones a la alcaldía. Es inconcebible que 7 de cada 10 jóvenes le digan a la Encuesta de Percepción Ciudadana de Bogotá Cómo Vamos, que no van a votar.
¿De quién será entonces esta ciudad? ¿Quiénes serán sus nuevos dueños?
El día de las elecciones necesitamos salir a votar. Dirigirnos a los puestos donde tenemos registradas nuestras cédulas o a Corferias. Reclamemos los tarjetones para Alcalde, Concejales y Ediles. El cuerpo no lo hace solo la cabeza. Y sea quien sea el próximo burgomaestre, ni porque tenga las habilidades del gran Houdini nos va a sacar solo de este atolladero. Necesita buenos concejales y ediles competentes.
Pero sobre todo, el próximo alcalde de Bogotá requiere ciudadanos.
Personas dispuestas a decir: ¡Basta! ¡No más!
El próximo alcalde lo necesita a usted. A mí. A todos.
Carlos Gustavo Álvarez G.
cgalvarezg@gmail.com