Incluso, después de que empiece la recuperación.
¿La crisis financiera internacional ya está controlada? ¿Las recesión global ya tocó fondo? ¿Ya empezó el proceso de recuperación de la economía mundial? Estas son las preguntas que hoy se están haciendo el público en general y las autoridades económicas del mundo entero. Por supuesto, pensando más con el deseo que con la realidad, todos quisiéramos que las respuestas fueran positivas y que empezara a quedar atrás la pesadilla que ha producido pérdidas bancarias que el FMI estima en más de 4 millones de millones de dólares (la cifra es asustadora, pues equivale a todo lo que produce la economía colombiana en 20 años).
Es cierto que ya hay algunos indicios alentadores. En marzo en Estados Unidos, por primera vez en mucho tiempo, los datos de la construcción de vivienda fueron mejores que los del mes anterior; los balances del Citi y otros grandes bancos volvieron a mostrar utilidades; los precios del petróleo han vuelto a estar por encima de 50 dólares el barril, y otras materias primas como el hierro o el cobre también se han recuperado. Y sobre todo el índice más mirado, los precios de las acciones en las bolsas de valores de todo el mundo, ha subido más de 20 por ciento en el último mes.
Pareciera que hubiera retornado la confianza inversionista.
Tantos indicios han puesto un tono más optimista a las autoridades económicas de los países desarrollados. El presidente Obama dijo que ya había "destellos de esperanza" en medio de la crisis; Bernake, el austero banquero central, se dejó contagiar del espíritu primaveral y habló de los "verdes retoños" de la recuperación; menos poéticos, los ministros de Economía de los 7 países más grandes -el G-7- después de su reunión de finales de abril se limitaron a decir que están apareciendo signos de estabilización que permiten prever que pronto se retornará a la senda de crecimiento.
La reacción de los expertos frente a estas declaraciones ha sido de cautela y escepticismo. La revista The Economist le dedicó su pasada edición, con carátula y todo, a analizar estos 'destellos de esperanza' para mostrar los peligros del optimismo oficial. Con abundantes datos muestra que aunque haya disminuido la velocidad del deterioro de los indicadores económicos, estos siguen siendo negativos y la crisis no ha tocado fondo. Por eso, su conclusión es tajante: "Lo peor que le puede pasar a la economía mundial es suponer que ya pasó lo peor".
El Premio Nobel Paul Krugman comparte esta visión y aporta tres argumentos adicionales: primero, que no se puede confiar en los balances de los bancos después que en los últimos años los maquillaron e inflaron con falsas utilidades. Segundo, que hay problemas que todavía no se han reflejado en estos balances como el deterioro de la cartera de las tarjetas de crédito, de la finca raíz comercial o de la deuda soberana de los países de Europa Oriental. Tercero, que la crisis continuará en aspectos tan importantes como el desempleo o el crecimiento de la deuda pública, aun después de que empiece la recuperación.
Es lógico que los funcionarios oficiales traten de transmitir mensajes de optimismo, así sean un poco exagerados, puesto que la incertidumbre y las malas noticias llevan a que los consumidores reduzcan sus compras y agraven la recesión. Es parte de su tarea. Pero deben tener mucho cuidado en no repetir esos mensajes al interior del Gobierno, porque pueden acabar creyendo sus propias exageraciones y entonces bajar la guardia y no tomar las medidas indispensables para defender la producción y el empleo. Como bien lo dice Krugman, "el mayor riesgo de la política económica en una recesión es el optimismo prematuro". Y eso que por allá nunca se pensó que sus economías estaban blindadas.
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