Desde el fin de semana pasado no se habla de nada más que de las pirámides y de la suerte de miles de damnificados de estos esquemas. El Superfinanciero perdió su puesto, el Ministro de Hacienda ha estado tambaleando, el Presidente ha admitido que el gobierno la embarró y ha manifestado públicamente su pesar por no haber intervenido a tiempo.
Hasta el Ministro de Defensa, sin tener algo que ver con esto, salió por televisión en Cartagena en un lujoso hotel, delante de un elaborado arreglo floral, a censurar el consumo conspicuo del gestor de DMG, reprochándole su estilo de vida y echándole en cara el dolor de tanta gente pobre.
Cuando hubo que comunicarle al mundo el hecho ya inocultable de que se habían cometido asesinatos de jóvenes pobres para inflar las estadísticas de desempeño del ejército, el Ministro salió con el Presidente a poner la cara, pero no fue tan locuaz ni tan solidario con las víctimas pobres de esos actos.
Contrasta la reacción de los medios, el Gobierno y el público cuando se supo que probablemente 500 asesinatos de jóvenes inocentes o más han ocurrido, con la intervención o complicidad de personal del ejército (falsos positivos), con el interés que ha suscitado el caso de las pirámides y la empatía que ha despertado por los damnificados y hasta por la mamá y la señora de David Murcia ("Pobrecitas. ¿Cómo irán a vivir ahora, acostumbradas a tener de todo...").
No se ha oído decir que "pobrecitas las madres de Soacha" que ya no tienen que esperar a que regresen los hijos que andan por el barrio con unos amigos. Se los devolvieron muertos, disfrazados de guerrilleros. Una de ellas sueña que la llama el hijo y le dice "no mamá, ese man no era yo" (El Espectador, domingo 16, 2008). Otra dice que la están velando.
El Presidente anunció que a los damnificados pobres de las pirámides, el Gobierno puede resarcirlos. Después retiró la oferta, pero a regañadientes. Esa generosidad no alcanzó para las madres de Soacha y las demás víctimas de las llamadas ejecuciones extrajudiciales.
A ellas las querían someter a lo que digan los jueces sobre los asesinatos y, a diferencia de otras víctimas de paras o guerrilleros, les estaban negando mecanismo ágiles de reparación por ser presuntas víctimas del Estado.
La indiferencia de la gran mayoría frente a los asesinatos de jóvenes para sumar a los falsos positivos y las excusas que se fabrican para justificar estos crímenes o para exculpar a los responsable son señales de alerta que no podemos ignorar porque han hecho más evidente la desvalorización de la vida en Colombia.
Estos crímenes son peores que los que cometieron los americanos en Abu Ghraib y son equiparables a los que perpetraban burgueses, comunes y corrientes, al servicio de la maquinaria de terror del nazismo. Hay colombianos, funcionarios del estado, que en esa capacidad son capaces de cometer atrocidades porque creen que están autorizados para hacerlo o moralmente respaldados por sus instituciones.
Dice Antanas Mockus al respecto, que cuando en una sociedad se degrada al ser humano de esa manera se atraviesa por una época de ignominia. El contraste entre la importancia que se le da al dinero, que ha sido evidente en este episodio de las pirámides, y la que se le otorga a la vida de un joven demuestra el grado de deformación moral en el que ha florecido la infamia.
"Each time there is a conflict between the rights of man and the rights of property, the rights of man must prevail".
La vida no vale nada, la plata sí
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Redacción Portafolio
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