Si se trata de utilizar la figura, podría decir que el sector automotor colombiano tuvo en el 2017 problemas serios en la transmisión. A fin de cuentas, el escaso ritmo de la economía ocasionó consecuencias negativas sobre las ventas de vehículos en el territorio nacional, las cuales se ubicaron por debajo de los pronósticos más pesimistas.
El caso más crítico de todos fue el de diciembre, pues si bien las cosas se veían mal, debido a que esta vez no hubo eventos feriales que animaran a los compradores, como el que sucede de manera bienal en Bogotá, el bajón resultó ser del 24 por ciento. En el acumulado del año el retroceso superó el 6 por ciento, que equivale a 238.238 unidades colocadas.
Bajo cualquier prisma que se utilice, la cifra solo se puede calificar de mala. Las explicaciones son múltiples y van desde el notorio desplome en la confianza del consumidor, hasta los precios elevados. Si bien es verdad que el dólar osciló poco en el último año y que las tasas de interés cayeron en algunos puntos, también es cierto que una proporción mayoritaria considera que este no es un buen momento para cambiar de carro.
Ahora la expectativa es que las cosas comiencen a mejorar, entre otros motivos porque se han cumplido tres ejercicios consecutivos de decrecimientos que se han sentido sobre los balances de firmas importadoras, ensambladoras y concesionarios. Puesto de otra forma, podría decirse que el ramo tocó fondo, aunque habrá que ver si eso se traduce en mayores ventas.
Entre los elementos que se mencionan para pronosticar mejores tiempos por venir está un panorama cambiario de relativa tranquilidad y mayores facilidades de crédito, incluyendo cuotas más bajas. Tampoco es despreciable que los convenios de desgravación arancelaria con Estados Unidos, la Unión Europea o Corea del Sur siguen su curso. Habrá que ver si eso es suficiente para que el giro de los negocios en este campo permita hacer el cambio hacia una velocidad más alta.