Los titulares de prensa hablan de una guerra comercial en marcha, cuyas primeras escaramuzas forman parte de las noticias diarias. Para que no quede duda de que es así, ayer la Organización Mundial de Comercio emitió su más reciente monitoreo sobre el tema, concentrado en las economías que componen el llamado Grupo de los Veinte entre octubre del 2017 y mayo pasado.
El panorama no es alentador. Según la entidad multilateral, en el periodo mencionado se aplicaron 39 medidas restrictivas que afectan un intercambio calculado en 74.100 millones de dólares. Esas barreras incluyen mayores aranceles, procedimientos aduaneros más estrictos o impuestos y contribuciones obligatorias sobre las exportaciones.
La otra cara de la moneda está representada en las decisiones orientadas a facilitar el comercio. Estas llegaron a 47 y abarcan un total de 82.700 millones de dólares en bienes y servicios. Debido a que el saldo neto entre los obstáculos nuevos y los que se desmontaron es positivo en favor de estos últimos, alguien podría decir que realmente no hay tantos motivos de preocupación.
Lamentablemente, la tendencia indica otra cosa. Mientras las talanqueras a las importaciones subieron en más de una vez y media frente a la foto de hace un año, el número de restricciones eliminadas cayó a la mitad.
Dados los anuncios provenientes de Washington, Pekín, Ottawa, Ciudad de México o Bruselas, en las últimas semanas, es seguro que la próxima instantánea será todavía más oscura. La amenaza de Donald Trump de gravar las compras de automóviles europeos deja en claro que la probabilidad de un empeoramiento es muy elevada.
Y aunque la Casa Blanca sostiene que desea negociar, lo quiere hacer imponiendo sus condiciones. Entre tanto, sus socios tradicionales han decidido mostrarle los dientes, con lo cual aumenta el riesgo de dentelladas irreparables que ya se sienten sobre la salud de la economía mundial, cuya prognosis empeora.