A raíz de los reportes provenientes de la frontera entre Colombia y Venezuela, según los cuales el flujo de personas que llegan del país vecino viene en aumento, no faltan quienes señalan que todavía el número es inferior al que se fue en décadas pasadas a probar suerte al otro lado de la línea limítrofe. Desde comienzos de los años setenta del siglo XX, la cantidad de colombianos que aspiraba a ganar en bolívares empezó a aumentar, atraída por las posibilidades de una nación que en ese momento tenía uno de los ingresos por habitante más altos de América Latina.
Las cifras que se mencionaron fueron múltiples. El propio Hugo Chávez llegó a hablar de cinco millones, un dato que caló en el imaginario popular. Incluso cuando se adelantó una campaña de cedulación masiva se llegó a pensar que la base electoral se vería afectada por la regularización de los migrantes.
No obstante, los trabajos académicos muestran otra cosa. En el 2015 un grupo de estudiosos del tema, provenientes de ambos países, escribió un documento, que fue circulado aquí por el Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario en Bogotá.
El trabajo en cuestión señaló que el Censo del 2011 –el último realizado en la nación bolivariana– calculó en 721.791 el total de colombianos ubicados allí. El reporte señaló que, como proporción de la población total, la diáspora pasó de 3,5 a 2,5 por ciento entre 1981 y el año mencionado.
Si de comparaciones se trata, el número de venezolanos que vive en el territorio nacional ya es superior a ese guarismo: un millón. Así lo afirmó Juan Manuel Santos recientemente en Nueva York, con base en los registros de las autoridades.
Sin embargo, dicha cantidad equivale al 2 por ciento de la población de Colombia. Puesto de otra manera, todavía estamos lejos de llegar al punto máximo observado allá, aceptando que el volumen del flujo migratorio es muy distinto en uno y otro caso. Eso no aminora el tamaño del desafío, pero ayuda a poner en contexto el manejo del problema.