De tiempo en tiempo es usual encontrarse con personas que añoran las épocas en las que el dólar era barato, y tanto viajes internacionales como productos importados estaban al alcance de muchos bolsillos. Esa efímera sensación de riqueza terminó de manera abrupta cuando la bonanza de precios de las materias primas se acabó, lo cual ocasionó el disparo de la tasa de cambio a niveles que sonaban impensables durante las ‘vacas gordas’.
Desde entonces, la volatilidad ha disminuido, aunque sigue presente. El valor del billete verde oscila entre los 2.900 y 3.100 pesos, dependiendo de la suerte del petróleo en los mercados foráneos, pues es bien sabido que los hidrocarburos son todavía determinantes para que las exportaciones colombianas sigan de capa caída. Al cierre del primer semestre, las ventas externas del país llegaron a 14.324 millones de dólares, con lo cual todo apunta a que en el acumulado del 2016 quedaremos por debajo del nivel simbólico de 30.000 millones de dólares, menos de la mitad del 2012.
Afortunadamente, no todas las fuentes de divisas van mal. Las estadísticas del Banco de la República revelan que las remesas que envían los colombianos que viven en el exterior mantienen su tendencia ascendente y podrían superar los 4.635 millones del 2015 y la marca histórica de 4.785 millones de dólares establecida en el 2008, si la tendencia actual se mantiene.
Y es que entre enero y junio la suma registrada llegó a 2.346 millones de dólares, 12 por ciento más que en igual periodo del año pasado, y 20 por ciento por encima del mismo lapso en el 2014. Si se tiene en cuenta que la segunda parte del calendario es usualmente más dinámica, existe la posibilidad de alcanzar los 5.000 millones de dólares en el acumulado de diciembre.
La causa principal del incremento es la mejora en la situación económica de los países en los cuales viven la mayoría de migrantes de origen colombiano. De un lado, Estados Unidos, que en el primer semestre representó el 45 por ciento de los giros recibidos, mantiene una tasa de desempleo inferior al 5 por ciento. Del otro, España, que aporta 23 por ciento adicional, es ahora una de las economías más dinámicas de Europa, con una desocupación a la baja.
El impacto de esa situación es notorio en varias regiones de Colombia. Por ejemplo, el buen desempeño reciente del Valle del Cauca –cuyos indicadores muestran una evolución muy superior a la del promedio nacional– es explicado, en parte, porque este departamento es el principal receptor de divisas, con cerca del 30 por ciento del total. Para miles de hogares, la combinación de mayores montos y devaluación se traduce en un alza sustancial del poder de compra.
Nuestra historia en esta materia no es muy diferente a la que se encuentra a lo largo y ancho del planeta. De acuerdo con el Banco Mundial, cerca de 250 millones de personas habitan en un país diferente a aquel en el cual nacieron. Esta masa de individuos envió en el 2015 la suma de 432.000 millones de dólares a sus lugares de origen, siendo India el primero en la lista, con 69.000 millones, seguido por China y Filipinas.
América Latina no es ausente de esa realidad. Los mexicanos en el exterior transfirieron casi 25.000 millones de dólares, seguidos por guatemaltecos, dominicanos y colombianos. Como proporción del tamaño de las respectivas economías, lo que obtiene Haití equivale al 23 por ciento de su Producto Interno Bruto, mientras que en Honduras las remesas tienen un peso del 17, similar al de El Salvador.
Desconocer el efecto que esos dineros tienen tanto a nivel macroeconómico, como de la realidad regional y familiar, es un error. En nuestro caso, no hay duda de que sin la plata que mandan nuestros compatriotas que viven por fuera, la tasa de cambio estaría más arriba y el crecimiento sería menor. Por eso no hay que excluirlos de ninguna cuenta.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto
Esta fuente no se seca
Tal como van las cosas, las remesas enviadas por los colombianos que viven afuera llegarán a un nuevo máximo histórico.
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