Para la gran mayoría de los colombianos resulta no solo lejanas, sino incomprensibles las dificultades que experimenta la economía de Turquía. No obstante, los analistas están atentos a la marcha de este país de 80 millones de habitantes que ocupa una posición estratégica en el Medio Oriente y cuyos sobresaltos se pueden llegar a sentir de este lado del Océano Atlántico.
La expresión de la crisis que ha acaparado los titulares en los días recientes en Europa, es el derrumbe de la lira, que tiene el dudoso honor de ser la moneda más devaluada del mundo en lo que va del 2018, con un retroceso cercano al 40 por ciento. Si bien las cosas ya estaban mal, la semana pasada pasaron de castaño oscuro y sin solución a la vista.
Desde el punto de vista meramente financiero, el desafío del antiguo corazón del imperio otomano es la insostenibilidad de su deuda externa. En las épocas recientes de dinero barato y abundante, un amplio número de entidades bancarias concedieron créditos para todo tipo de proyectos en una economía que llegó a ser la más dinámica del Viejo Continente y cuyas acreencias foráneas suman 218.000 millones de dólares, buena parte de ellas a corto plazo.
Para contrarrestar los desequilibrios, la ortodoxia indica que el gobierno turco debería subir impuestos y tasas de interés con el fin de ‘enfriar’ la demanda y hacer sostenibles las cuentas. El problema es que en Ankara existe un régimen autoritario, que no comparte la receta de la austeridad y piensa que tiene cómo doblegar los mercados.
Como si lo anterior fuera poco, la geopolítica está presente, algo que incluye tensiones con Washington y posturas nacionalistas. Encontrar la salida no será fácil, con lo cual el riesgo de una implosión aumenta.
Debido a ello, es probable que la disponibilidad de fondos para las economías emergentes se reduzca y que las tasas de interés suban. Colombia, con acreencias externas importantes no saldrá indemne. Y así nos hayamos portado bien, la historia nos enseña que aquí también pagan los justos por los pecadores.
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