La cruenta ofensiva con la cual el Ejército de Liberación Nacional quiso conmemorar los 50 años del combate que cobró la vida al exsacerdote Camilo Torres, llevó al Gobierno a enviarle un duro mensaje a dicha agrupación. En un pronunciamiento hecho desde Santa Marta el martes, el propio Juan Manuel Santos afirmó que esa guerrilla “se sube al tren de la paz o le caerá toda la acción de la Fuerza Pública”.
Semejante advertencia, más cercana a un ultimátum, tiene su respaldo en los hechos. De un lado, el Eln ha intensificado su accionar ofensivo, que incluye no solo el asesinato de varios policías, sino ataques contra la infraestructura, incluyendo torres de energía y el oleoducto que une a Caño Limón con Coveñas. Del otro, las conversaciones exploratorias que se venían adelantado y deberían haber llevado a una negociación formal, se encuentran suspendidas.
Quienes saben del tema aseguran que la falta de progreso responde a una profunda división entre los llamados ‘elenos’, en donde la estructura es más confederada que jerárquica. Mientras algunos de sus comandantes se muestran dispuestos al diálogo, otros prefieren seguir la línea de la confrontación, incluyendo a quienes comandan el bloque oriental que está en Arauca y Norte de Santander.
Las razones de la línea guerrerista no son explícitas. Analistas como Joe Broderick citan la personalidad de un movimiento que tiene sus raíces en una intelectualidad de origen universitario, y que se considera heredera de luchas como las que adelantó el ‘che’ Guevara. Bajo ese enfoque, cualquier pacto con el establecimiento sería poco menos que una traición a los principios revolucionarios originales.
Otro punto de vista menciona un cálculo más de orden militar. Si las Farc entregan sus armas no solo dejarán un vacío que es posible ocupar, sino que varios de sus combatientes podrían engrosar las filas del Eln, pues no se ven de regreso a la vida civil.
Según esa lógica perversa, de una agrupación disminuida como la actual, esta guerrilla podría crecer rápidamente y poner en jaque a las instituciones.
También hay aquellos que ven aquí la mano de Venezuela. Si la ascendencia del chavismo sobre ‘Timochenko’ y su gente es alta, lo es mucho más en el caso del comando central de los ‘elenos’. Una Colombia en paz no sería bien vista por el actual régimen bolivariano, que opina que Bogotá actuaría en su contra de manera más abierta si se soluciona el problema del conflicto de este lado de la frontera.
Solo el tiempo dirá si las hipótesis mencionadas se comprueban en la realidad. Existe, además, la probabilidad de que el Eln, una vez hecha su demostración de fuerza, decida volver a sentarse y recorrer el camino emprendido por las Farc.
Pero en este caso, es mejor empezar a pensar en el escenario pesimista. Este consiste en aceptar que la agrupación subversiva continuará operando, y que ello implicará un esfuerzo mayor orientado a mejorar la seguridad en diferentes puntos de la geografía nacional, incluyendo al Chocó, una zona de Antioquia, el sur de Bolívar, Cauca, los santanderes y partes de Boyacá y Casanare, además de Arauca.
A su favor, la Fuerza Pública contará con una mayor capacidad operativa, pues podrá liberar recursos que antes se dedicaban a combatir a las Farc. De hecho, en semanas recientes han aumentado los golpes en contra de los ‘elenos’, así estos mantengan cierto poder de fuego. En tal sentido, no queda una opción diferente a la de ejercer presión militar para evitar que el asunto se convierta en un verdadero dolor de cabeza.
Así las cosas, hay que evitar el triunfalismo o la tentación de minimizar una amenaza que sigue presente. Las puertas del diálogo siempre deben estar abiertas para quien quiera franquearlas, pero una cosa es desear un arreglo negociado y otra pensar con un deseo que será imposible de concretar si no hay con quien entenderse.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto
Opinión
¿Negociación imposible?
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Ricardo Ávila
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