No deja de ser una gran ironía que, justo cuando suenan las salvas de cañón que anuncian una guerra comercial que puede ser de grandes proporciones, las exportaciones colombianas muestren una buena dinámica. Así lo confirmó la información entregada por el Dane el pasado viernes, según la cual las ventas al exterior mostraron un aumento del 38 por ciento, que supera, con creces, el promedio de los últimos tiempos, explicado, en parte, por el efecto de Semana Santa, ya que en el 2017 la festividad cayó en el cuarto mes y esta vez no.
Aun así, el acumulado del 2018 va en 13.382 millones de dólares, lo que equivale a un incremento cercano al 17 por ciento. De mantenerse la tendencia actual, el total superaría los 43.000 millones de dólares, un guarismo que no estaría nada mal, dado el bache del cual venimos. En el 2016 caímos hasta 31.757 millones de dólares, casi la mitad de los registrado en el 2012.
Si bien lo sucedido refleja el efecto de los despachos de petróleo y carbón que se benefician de un escenario de precios internacionales más favorables, es imposible pasar por alto que a las manufacturas también les ha ido bien: 22 por ciento de aumento en lo que va del año. Equipo de transporte, con un salto del 27 por ciento, y productos químicos, con el 18 por ciento, son los que sacan la cara por la categoría.
Incluso el desempeño del ramo agropecuario es alentador, a pesar de que la baja en las cotizaciones del café actúa como un lastre. Aceite de palma y frutas frescas avanzan bastante bien, sumándose al avance de renglones más tradicionales como el de flores y el banano.
A la luz de ese buen desempeño, vale la pena preguntarse qué sucedería si comienzan a erigirse barreras aquí y allá. Por el momento, el impacto sobre Colombia es limitado, sin embargo, eso no quiere decir que haya que despreocuparse. Vamos bien, pero aumenta la probabilidad de que alguien, por cuenta de determinaciones unilaterales, nos dañe la fiesta.
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